—Prométeme que no te perderás en esa oscuridad otra vez —susurró.
Aleckey asintió, sin palabras. Luego colocó una mano sobre su vientre, acariciándolo lentamente con un ronroneo suave que nació en su garganta.
—Este será el lobo que nos recordará por generaciones —dijo—. Y juro que nunca lo dejaré crecer en un mundo regido por un impostor.
Calia cerró los ojos, escuchando los festejos, los cantos salvajes, los crujidos del fuego. Allí, en la tierra de los lobos más primitivos, con su lobo alfa restaurado y fuerte a su lado, supo que el final aún estaba lejos… pero cada paso los acercaba más a la victoria.
—Debemos tomar un descanso —murmuró Aleckey en voz baja, ladeando el rostro hacia ella, quien asintió con una pequeña sonrisa y lo siguió dentro de la tiendas atrás de ellos, algo apartada del resto, con pieles gruesas extendidas en el suelo y una manta colgando como puerta. Aleckey la corrió con una mano y la dejó entrar primero.
El interior era cálido, sencillo. Pieles suaves forma