Tres días.
Ese era el tiempo que Darren y Alastair llevaban patrullando la frontera de la manada del norte, ocultos entre los árboles, esperando ver aunque fuera un rastro de Calia. Tres días sin respuesta. Tres días con los nervios al límite. Cada vez que el viento soplaba entre las ramas, el lobo de Darren gruñía con impaciencia. Alastair apenas había dormido. Ambos sabían que algo andaba mal.
Al amanecer del cuarto día, cuando intentaron cruzar la frontera con la intención de exigir respuestas, fueron interceptados por cinco guardias lobunos del territorio de Dimitri. A diferencia de ellos, los guardias no mostraron intenciones de negociar.
—No tienen permiso para entrar —gruñó el líder, un lobo de pelaje oscuro con cicatrices en los brazos—. Esta tierra está bajo protección del alfa Dimitri.
—¡Necesitamos hablar con él! —espetó Darren, con los colmillos expuestos—. No venimos a luchar, pero no nos iremos sin verla.
—No hay nadie a quien ver —respondió otro, más joven, pero con una