—¿Eso es todo lo que tienes? —espetó Marlon, esquivando con dificultad un derechazo de su hermano.
Zadkiel no respondió. Solo giró el torso, dejó pasar un golpe y contraatacó con un puñetazo directo al abdomen. Marlon gruñó al recibirlo, retrocediendo un par de pasos, pero sin caer.
—¡Maldito! —escupió, doblándose ligeramente—. Golpeas como un caballo salvaje.
—¡Esa boca! —Gruñó a su hermano menor—. No bajes los brazos —replicó Zadkiel, tranquilo, como si no acabara de dejarle los pulmones vacíos.
Marlon resopló y se abalanzó de nuevo, intercambiando una serie de golpes rápidos que Zadkiel desviaba con fluidez. A pesar de no poder ver, sus pies se deslizaban con precisión, sus oídos atentos al más mínimo cambio en el viento o el ritmo de respiración de su hermano.
En un giro, ambos se engancharon del torso, forcejeando cuerpo contra cuerpo, hasta que Marlon resbaló en la tierra húmeda y rodó por el suelo con una maldición.
—¡Ya basta! —bufó, incorporándose—. ¿Qué diablos comes para es