La brisa del bosque aún se aferraba a su piel cuando Zadkiel regresó. Caminaba descalzo, con el cuerpo cubierto apenas por los pantalones oscuros que se había puesto para la fiesta. Las ramas se deslizaban entre sus hombros como si reconocieran su paso, y su respiración era pausada, controlada, pero el pecho aún le ardía.
Atravesó la parte trasera de la casa para buscar el silencio de su habitación, pero se detuvo en seco.
Allí, sentada en las escaleras del jardín trasero, estaba ella.
Briella tenía las piernas cruzadas, las manos entrelazadas sobre el regazo y la vista perdida entre las luces lejanas de la celebración. Su vestido blanco resplandecía bajo la luna, y el cabello suelto caía en ondas oscuras sobre su espalda. Parecía esperarlo. O quizá, simplemente… necesitaba respirar después de todo lo ocurrido esa noche.
Zadkiel se quedó inmóvil.
Ella lo sintió antes de verlo. Se volvió despacio y lo miró, con los ojos aún húmedos por una emoción que no había sabido nombrar. Al ver su