—Creo que… debería irme —susurró Briella mientras se sentaba en el borde de la cama, recogiendo el lazo de su vestido del suelo.
La habitación estaba envuelta en una penumbra suave, apenas iluminada por la luz de la luna que se colaba por los ventanales. Zadkiel la observaba desde su posición, recostado con el torso desnudo entre las sábanas, su cabello rojo cayendo en mechones húmedos sobre su frente. Habían estado hablando durante horas, riendo por cosas pequeñas, compartiendo historias del pasado. El tiempo se había evaporado.
—¿Por qué? —preguntó él, con voz grave, suave.
Ella giró, sin saber bien cómo responder. Había algo en él que la desarmaba, no solo su cercanía física, sino esa mezcla de poder y ternura que la rodeaba cuando estaba con él. Se sentía a salvo. Se sentía vista… incluso si sus ojos no podían verla.
—Podrían verme salir —dijo ella al fin—. Y eso podría traerte problemas. No quiero arruinarte nada, Zadkiel. Eres el príncipe… el hijo del alfa…
Él sonrió despacio, s