—Trabajo —respondió, cortante—. A veces pasa en las empresas, ¿sabes?
Fernando soltó una risita.
—Vaya. ¿Problemas con Gonzalo?
Ella entrecerró los ojos.
—¿Y qué te hace pensar que hay un problema?
—Porque cuando Gonzalo no está de buen humor, tú sueles estar estresada. Y viceversa. Sois como un barómetro emocional bastante ruidoso.
Clara cerró la carpeta que tenía frente a ella y se puso de pie.
—Si necesitas algo, dilo. Tengo poco tiempo y mucho por revisar.
Fernando alzó las manos en señal de paz.
—Nada urgente. Solo pensé que podríamos almorzar. Me interesa conocer tu opinión sobre algunos proyectos… y sobre la gente con la que trabajas.
—¿Gente como Gonzalo?
Él sonrió, ladeando la cabeza.
—Entre otros. Me pareces inteligente, Clara. Y en esta familia, eso puede ser un arma o una debilidad, dependiendo de cómo se juegue.
Clara sostuvo su mirada. Algo en él le helaba la sangre, aunque siempre parecía envuelto en terciopelo.
—Gracias por el consejo, Fernando. Pero no me interesa juga