Gonzalo tragó saliva. La besó con lentitud, sin urgencia, como si cada segundo contara. Fue un beso diferente, más suave que los anteriores, más íntimo. Cuando se separaron, él apoyó la frente contra la de ella.
—Me voy a quedar esta noche. Pero no voy a tocarte —susurró—. No aún. No hasta que tú lo quieras de verdad.
Clara cerró los ojos, asintiendo. No por sumisión, sino por entendimiento.
—Entonces quédate —dijo.
Y así lo hicieron. Pasaron la noche en el sofá, abrazados, hablando a ratos, callando en otros, compartiendo por fin ese espacio donde el deseo no era el único lenguaje entre ellos.
Una tregua. Una grieta menos.
Pero fuera de ese piso, la tormenta seguía gestándose. Y ninguno de los dos estaba preparado para lo que vendría.
***
Al día siguiente, Clara llegó tarde a la oficina. No porque Gonzalo la hubiera retenido. Él regresó a su papel de jefe distante, como si lo ocurrido no hubiera pasado. Y eso, para Clara, era una respuesta en sí misma.
Pero no había tiempo para emoci