Después de ese primer café, no fue raro volver a ver a Fernando en los pasillos. Siempre con la excusa perfecta: una consulta, un informe, un dato que “prefería revisar contigo, Clara, antes de llevarlo al directorio”.
Y Clara, en lugar de mantener distancia, empezó a jugar su propio juego.
—¿Entonces Gonzalo no aprobó tu propuesta de reforma en la cadena de suministro? —preguntó una mañana, con tono casual, mientras hojeaba un informe que Fernando le había pasado.
—No solo no la aprobó, ni siquiera la leyó —respondió él con una sonrisa amarga—. Pero no me sorprende. Gonzalo es eficiente, sí, pero le cuesta distinguir entre una amenaza y una oportunidad.
Clara levantó la vista, con fingida neutralidad.
—¿Y tú? ¿Qué crees que soy yo?
Fernando la miró como si evaluara la pregunta.
—Una incógnita peligrosa.
Ella sonrió. No dijo nada. Era mejor dejar que pensara que tenía el control.
***
Esa tarde, en la oficina improvisada que Rafael había asignado a Fernando, Clara pasó a dejarle una ca