Clara caminó por el pasillo sin saber exactamente hacia dónde iba. Cada paso se sentía automático, como si su cuerpo funcionara por inercia mientras su mente seguía en esa oficina, en ese beso, en esa pregunta.
«¿Estás segura? Porque yo creo que hace mucho nos pertenecemos».
La frase la golpeaba en bucle, mezclándose con el calor que aún le ardía en la piel. Se detuvo junto a una de las ventanas del edificio, apoyó una mano en el vidrio frío e intentó recuperar el control de su respiración. Estaba temblando. No de miedo. No del todo. Era algo más complejo. Más profundo.
Lo había besado. No, peor: había respondido a su juego. No se había apartado, no lo había frenado, no lo había rechazado. Porque no podía. Porque, en el fondo, una parte de ella lo necesitaba, aunque no quisiera admitirlo.
—Estúpido Ferraz… —murmuró, sin saber si se refería a Gonzalo o a su primo.
Sabía que ese beso no resolvía nada. Solo abría una herida que se estaba esforzado en tapar, con silencios, con distancia.