Capítulo 3 - Destino

No era Gonzalo, como había temido… sino Hugo. Su nombre apareció en la pantalla, acompañado de la misma foto sonriente que ahora le daba asco.

—Es Hugo —murmuró Clara, dejando el móvil sobre la mesa como si quemara.

Martina, que estaba sirviendo lo que quedaba del vino en las copas, soltó un resoplido exagerado.

—¿Y qué quiere ese imbécil ahora? ¿Pedirte la receta para usar tu crema de chocolate?

Paula, que estaba recostada en el sofá con las piernas encima del ragazo de Clara, se incorporó de golpe.

—Tía, ni se te ocurra contestarle. En serio, no es momento de debilidades. Si le das cancha ahora, en dos días lo tienes llamándote para decir que está confundido o que la rubia no era tan guapa como parecía.

El móvil volvió a vibrar. Clara lo miró, mordiéndose el labio.

—Seguro que es para disculparse… No sé, quizás quiera arreglarlo.

Martina levantó una ceja, irónica.

—¿Arreglarlo? ¡Se va a casar!

Paula soltó un bufido y señaló el móvil.

—Mira, si tienes dudas, lo leemos juntas. Pero desde ya te digo que como sean excusas baratas, le contesto yo misma.

Clara suspiró y desbloqueó el móvil. Abrió el mensaje mientras sus amigas se inclinaban sobre ella, expectantes.

Hugo: Clara, tenemos que hablar.

Martina dejó escapar un bufido tan fuerte que casi se atraganta con el vino.

—¡Ahí lo tienes! El manual del desgraciado. ¿Qué sigue? ¿La culpa fue de mercurio retrógrado?

Paula, indignada, se levantó del sofá como si le hubieran pisado el orgullo.

—Pásame el móvil. Este payaso va a saber lo que pensamos de su "tenemos que hablar".

Clara agarró el teléfono con fuerza, como si temiera lo que Paula pudiera escribir.

—¡No, no, no! ¡Déjalo! No voy a contestarle.

Clara presionó el móvil contra su pecho, mirando a sus amigas con miedo.

—No voy a contestarle. No pienso darle ni un segundo más de mi tiempo.

Paula y Martina se miraron, satisfechas, y levantaron sus copas para brindar.

—¡Por Clara, la nueva mujer empoderada! —exclamó Martina, chocando su copa con la de Paula.

Clara soltó una risa nerviosa y dejó el móvil sobre la mesa.

—Bueno, ya está. Hugo ya pasó. Ahora solo necesito centrarme en no morir de vergüenza cuando vea a mi jefe.

En ese momento, el móvil volvió a vibrar. Las tres giraron la cabeza al mismo tiempo, como si un fantasma hubiera irrumpido en la habitación. Clara agarró el teléfono, esperando otro mensaje de Hugo… pero no era él.

Alex: Me encantó conocerte. ¿Quedamos este fin de semana? Prometo sorprenderte 😉.

Clara miró el mensaje y luego a sus amigas, que la observaban divertidas. Su vida acababa de convertirse en un enredo monumental.

Pero, por primera vez en meses, sonrió.

—Gracias a Dios no es mi jefe, el lunes fingiré demencia. Con suerte, él hará lo mismo.

Clara no podía dejar de pensar en lo caótico que sería su primer día de trabajo. Demasiadas cosas daban vueltas en su cabeza: su nuevo jefe, su exnovio y el chico de la app. Pero sus amigas no le daban tregua.

—Tengo una idea —dijo Martina, con una sonrisa que Clara conocía demasiado bien.

—No estoy para tus locuras, Martina. Sea lo que sea, mi respuesta es no. Quiero quedarme aquí, mirar películas y comer —respondió Clara, abrazando un cojín como si eso fuera suficiente para librarla de sus amigas.

—Vamos a invitar a tu ligue al nuevo club. Es un sitio pijo, pero con buen ambiente. Y, de paso, nos aseguramos de que no sea un asesino en serie, o algo peor —propuso Martina, ignorando por completo su negativa.

—¿Hay algo peor que un asesino? —bromeó Paula, con su característico tono sarcástico.

—Claro que lo hay: un tipo que no baila ni paga las copas —replicó Martina con total seriedad, lo que provocó la risa involuntaria de Clara.

Pero pronto volvió a su postura defensiva.

—No sé, chicas. No creo que sea buena idea.

Martina resopló, frustrada por la resistencia de su amiga.

—Clara, ¿hace cuánto que no te diviertes? Han pasado cuatro meses desde que dejaste a Hugo. No puedes seguir esperando a que las cosas mejoren solas. Necesitas un cambio. Probablemente necesitas echar un polvo —apuntó Paula.

Clara arrugó el gesto, y Martina se sumó a la conversación con una sonrisa maliciosa.

—Estoy de acuerdo. No puedes pasarte la vida recordando a Hugo. Además, ¿qué pasa si encuentras a alguien que te haga olvidar al capullo de tu ex? —convino Martina.

Antes de que Clara pudiera decir algo, Paula alzó el móvil triunfante.

—Ya lo he hecho. Le he escrito al chico de la aplicación. Nos vemos con él en el club en media hora.

Clara abrió los ojos, incrédula.

—¿Perdón? ¿Y si no quiero ir?

—Lo harás —sentenció Paula—. Porque no te dejaremos tranquila y, en el fondo, sabes que tenemos razón.

Con un suspiro resignado, Clara se levantó del sofá y fue a buscar algo que ponerse. Mientras lo hacía, no podía evitar reflexionar. Tenían razón: se había quedado estancada en el pasado, esperando a que Hugo volviera, que le pidiera perdón y le dijera que todo fue un error. Pero no lo había hecho. Y, quizás, era hora de empezar a vivir para ella misma.

***

La discoteca brillaba con luces de neón que se reflejaban en las paredes y el suelo, creando un ambiente eléctrico. Clara no estaba del todo convencida de aquella salida. Seguía arrastrando la tristeza por Hugo, pero sus amigas habían insistido tanto que no pudo negarse. Ahora, con un vaso de mojito en la mano, se movía al ritmo de la música, aunque su mente estaba en otro lugar.

Paula, en cambio, estaba en su elemento. Llevaba un vestido rojo que atraía miradas por doquier, y ya había conseguido que un chico alto y musculoso le comprara un par de copas. Martina también disfrutaba de la noche, aunque su enfoque estaba más en observar a la gente que en ligar.

Clara se inclinó hacia Martina para hacerse oír por encima de la música.

—Esto es un poco agobiante, ¿no crees?

—Está bien desconectar de vez en cuando —respondió Martina, mientras bebía un sorbo de su gintónic—. Pero tú sigues con cara de funeral.

Clara soltó una risa ligera, aunque sin mucho ánimo.

Entonces, entre la multitud, Clara vio un rostro que le resultaba vagamente familiar. Alex, el chico de la app de citas, se abría paso entre la gente con una sonrisa amplia que, en otra circunstancia, podría haber sido encantadora. Cuando finalmente llegó hasta ella, su energía resultó abrumadora.

—¡Clara! Sabía que eras tú. La foto no te hace justicia —dijo él, mirándola de arriba abajo de una forma que la incomodó.

—Alex —respondió Clara con una sonrisa tensa.

Alex se lanzó a hablar sin pausa, ignorando las señales que Clara enviaba con su lenguaje corporal. La conversación se volvió una tortura en cuestión de minutos.

Mientras tanto, Gonzalo y Mateo habían llegado también a la discoteca. Gonzalo había insistido en salir para relajarse después de una semana agotadora, y Mateo nunca rechazaba una noche de copas.

Gonzalo divisó a Clara. Su vestido blanco resaltaba bajo las luces de la discoteca, pero lo que en realidad captó su atención fue su expresión: una mezcla de incomodidad y resignación mientras el hombre que la acompañaba seguía parloteando sin tregua.

—Vamos —dijo Gonzalo a Mateo, dejando su copa sobre la mesa antes de dirigirse hacia Clara.

Cuando llegaron, colocó una mano firme, pero casual, en el hombro de Alex, interrumpiendo su monólogo.

—¡Clara! Qué casualidad encontrarte aquí —dijo Gonzalo, ignorando deliberadamente a Alex.

Clara levantó la vista, confundida.

—¡Tú! —exclamó.

—Llamémoslo destino —respondió Gonzalo, y esbozó una sonrisa cálida.

Alex, claramente molesto, frunció el ceño.

—¿Y tú quién eres?

Gonzalo le lanzó una sonrisa encantadora, pero cargada de intención.

—Un amigo. ¡Gracias por entretenerla, pero ahora la necesito un momento!

Sin dar tiempo a protestas, Gonzalo rodeó a Clara con el brazo y la guió lejos de Alex, que se quedó plantado frente a la barra, confundido y enfadado.

—¿Estás bien? —preguntó Gonzalo cuando estuvieron lo suficientemente lejos.

—No lo sé —respondió Clara, soltando un suspiro—. Ese chico… no era como esperaba.

—¿El mensaje era para él? —indagó Gonzalo.

A Clara se le subieron los colores al rostro, no sabía qué decir.

—Lo conocí en una app, parecía agradable.

—Pareces una chica inteligente, no creo que necesites una app para ligar, además con ese mensaje, por supuesto que el hombre irá directo al grano.

Mientras tanto, en la barra, Mateo había empezado a hablar con Martina, quien, para sorpresa de ella misma, disfrutaba de su sentido del humor.

—¿Eres diseñadora gráfica? —preguntó Mateo, con genuino interés.

—E ilustradora freelance. Lo que significa que estoy siempre ocupada o siempre esperando trabajo. No hay término medio —bromeó Martina.

Mateo soltó una carcajada.

—Pues hoy estás libre, y eso es una suerte para mí.

Paula, mientras tanto, había desaparecido con su ligue de la noche. Clara lo comentó con un leve toque de envidia.

—Paula sabe cómo divertirse —dijo Clara, mirando a Gonzalo—. Yo, en cambio, parece que tengo un talento para atraer a los pesados.

—No dirías eso  por mí, creí que solo era gilipollas. Aunque estoy de acuerdo en que esta noche no deberías volver sola. Vamos, yo te llevo.

—No puedo dejar sola a Martina. —Dirigió la vista hacia su amiga.

Gonzalo sacó su móvil y tecleó con rapidez.

—Solucionado, Mateo se hará cargo de ella.

Finalmente, llevó a Clara a su casa. Durante el trayecto, hablaron de cosas ligeras. Cuando llegaron, Gonzalo se detuvo frente a su edificio.

—Gracias por rescatarme —dijo Clara, sinceramente agradecida.

Gonzalo se bajó, rodeó el coche y le abrió la puerta.

—Te acompañaré hasta la entrada.

—Ya hiciste bastante, no hace falta.

—Quiero hacerlo —replicó Gonzalo.

Llegaron hasta la puerta, Clara la abrió y se quedaron mirándose por unos segundos.

—¿Quieres pasar? —preguntó Clara.

Gonzalo sonrió.

—Me parece que no hemos comenzado bien —dijo Gonzalo, mientras la recorría con la vista.

—Me disculpo, no suelo basarme en lo que piensan los demás, en realidad no creo que seas un gilipollas…, bueno, no te conozco, puede que lo seas —bromeó Clara.

—O puede que te sorprenda, nos vemos el lunes —se despidió Gonzalo.

Mientras él se alejaba en el coche, pensó en cómo esa noche había tomado un rumbo inesperado, y en cómo Clara lograba, sin siquiera intentarlo, quedarse en su mente mucho más de lo que él habría esperado.

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