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Capítulo 2 - El mensaje

Al llegar a su piso envió un mensaje en el grupo:

Yo: Reunión. Urgente.

Martina: 🧐Llevo 🍸

Paula: En 5 estoy ahí 🏃🏼‍♀️

Martina: ¿Llevamos palas y bolsas?

Había enviado un audio interminable, entre sollozos, balbuceos y maldiciones dirigidas a Hugo y a la rubia. No habían pasado ni diez minutos cuando Paula y Martina aparecieron en su piso como un comando de rescate, cargadas con bolsas de Mercadona y botellas de vino, listas para intervenir en lo que consideraban una emergencia de nivel crítico.

Clara era un desastre encarnado, hundida en el sofá con un moño mal hecho que amenazaba con desmoronarse y un tarro de helado que goteaba peligrosamente sobre su desgastado pijama de franela. Cuando el timbre sonó, ni siquiera tuvo fuerzas para levantarse. Se limitó a gritar un débil “está abierto” antes de volver a desaparecer entre los cojines.

La puerta se abrió de golpe, Paula y Martina irrumpieron como una tromba.

—¡Esto es indignante! —gritó Paula, dejando las bolsas sobre la mesa con un golpe seco y quitándose la chaqueta con un movimiento teatral.

—Hemos venido a emborracharnos y, de paso, a recordarte que Hugo es un gilipollas de manual y que tú te mereces algo infinitamente mejor —añadió Martina, descalzándose con la soltura de quien ya consideraba aquel piso su segunda casa. Mientras hablaba, empezó a abrir una botella de vino con la experiencia de alguien que lo hace con frecuencia.

Clara, encajada entre los cojines como si fueran una extensión de su cuerpo, dejó caer la cuchara dentro del helado y suspiró con un dramatismo digno de una actriz de telenovela.

—Creí que era una fase... que volveríamos —murmuró con voz apagada, como si todavía no terminara de creerse la situación.

Paula abrió los ojos de par en par mientras se dejaba caer en el sillón frente a ella.

—¿Volver? Venga ya, Clara, ¡por favor! Tienes que pasar página. Hugo no merece ni una de tus lágrimas —espetó, señalándola con la copa que acababa de servirse.

—Es que los tíos no dan para más —intervino Martina, entregándole una copa de vino a Clara antes de acomodarse en la silla más cercana—. Pero tú sí, créeme.

Clara miró la copa de vino como si fuese su salvación.

—Hay otra cuestión —soltó con cautela.

—¿Qué puede ser peor que eso? —indagó Martina.

—Le he dicho a mi nuevo jefe que es un gilipollas, pero no sabía que era él… —se justificó.

—Madre mía, Clara, estás meada por un dinosaurio —dijo Paula.

—Quiero desaparecer de este mundo, si no tuviera que pagar la hipoteca de este roñoso piso… —respondió—. Odio a Hugo, espero que le de dengue o algo así, allá por Brasil.

—Vamos por parte, Clara, luego pensamos en tu nuevo jefe —continuó Paula, con un brillo travieso en los ojos—, es el momento de pasar a la cuarta etapa del rompimiento: la reconstrucción.

—Estoy de acuerdo —apuntó Martina, levantando su copa en un brindis improvisado—. Hay una app de citas que es una mina, si sabes buscar. Entre lo malo, a veces encuentras cosas decentes... o al menos entretenidas.

Clara resopló, pero terminó dando un sorbo al vino. No tenía claro si lo que necesitaba era una reconstrucción o una demolición completa, pero, con sus amigas allí, todo parecía más llevadero.

Las botellas de vino ya estaban vacías, alineadas en la mesa como un testimonio del desastre emocional que estaban compartiendo. Clara no paraba de reírse con lágrimas en los ojos, medio por el alcohol y medio por la absurda situación que sus amigas habían montado en su nombre. Martina estaba con su móvil en la mano, deslizando perfiles en una aplicación de citas mientras Paula dictaba la biografía de Clara.

—A ver, a ver... —dijo Paula, con un dedo levantado mientras pensaba—. Pon algo así como: Divertida, amante del chocolate y del vino, buscando a alguien que me haga reír... o gemir, lo que salga primero.

—¡Paula! —protestó Clara, sonrojada.

—Tía, es una aplicación de citas, no una entrevista de trabajo. Si no provocas, nadie hace match.

Martina soltó una carcajada y levantó el móvil.

—Vale, perfil creado. Ahora empieza lo divertido... ¡Vamos a deslizar!

Clara trató de quitárselo de las manos, pero Paula ya estaba encima, riéndose como una loca.

—¡Mira este! —dijo Paula, mostrando un perfil con una foto en la playa de un tipo bastante atractivo—: Ingeniero, amante de la música, con ganas de conocer a alguien especial. Oh, qué monada. ¿Le damos un sí o le decimos que se meta el ukelele por... ya sabes?

—Dale que sí, venga —intervino Clara, con diversión.

No tardaron ni cinco minutos en hacer un match. Paula y Martina gritaban como si hubieran ganado un premio, mientras Clara las miraba desde el sofá, demasiado mareada para detenerlas. El tipo, que se llamaba Alex, respondió casi de inmediato, y en cuestión de segundos ya estaban intercambiando mensajes.

—Tía, esto va en serio. ¡Ya nos ha pasado su W******p! —anunció Martina, con los ojos brillantes por el vino y la emoción.

—¿Qué le decimos? —preguntó Paula, con el móvil en la mano, lista para escribir.

En ese momento, el móvil de Clara vibró. Paula le leyó el mensaje. Era de Gonzalo Ferrer, su nuevo jefe, recordándole que el lunes tenían una reunión importante. Clara, medio mareada, dejó escapar un gemido.

—Uf, mi jefe. No sé con qué cara voy a aparecer el lunes... ¿Por qué siempre que mi vida se desmorona hay algo importante en el trabajo?

—Tranquila, que yo te apaño esto —dijo Paula.

Antes de que Clara pudiera protestar, Paula empezó a escribir, pero con todo el vino que llevaba encima, no se dio cuenta de que el chat abierto no era el de Alex, sino el del jefe. Pulsó enviar y dejó caer el móvil con una sonrisa satisfecha.

—Listo. Mensaje enviado.

Clara parpadeó, confusa.

—¿Qué le has dicho?

Paula levantó la copa y brindó.

—Nada serio. Algo juguetón, para romper el hielo.

Martina arqueó una ceja y preguntó:

—¿Qué has escrito exactamente?

Paula muy orgullosa respondió:

—Pues... "Bonito paquete", emoji de berenjena —dejó escapar una carcajada—, "¿Me dejas hacer el unboxing?", emoji de gotitas —y se acompañó de un gesto de gotitas con los dedos.

Clara volvió a coger su móvil, y soltó un grito tan agudo que sus amigas se quedaron petrificadas, como si estuvieran a punto de ser arrestadas.

—¡¿Pero qué cojones has hecho, Paula?! —chilló Clara, sujetando el móvil con ambas manos como si pudiera deshacer el mensaje por pura fuerza de voluntad.

—¿Qué pasa? ¿Qué he hecho mal? —preguntó Paula, mirando a su amiga con cara de confusión.

Clara levantó el móvil, con la pantalla iluminada mostrando el mensaje:

Yo: Bonito paquete 🍆. ¿Me dejas hacer el unboxing?💦

—¡Se lo has envíado a mi jefe, Paula! —gritó Clara, agitando el móvil en el aire.

Paula abrió la boca, sorprendida, y luego empezó a reírse a carcajadas. Martina, que estaba a punto de tragar un sorbo de vino, lo escupió de tanta risa.

—No, no, no me lo creo. —Martina se agarraba el estómago mientras se retorcía en la silla—. ¿A tu jefe? ¿Al gilipollas? Ese que es un dios griego con traje... Madre mía, Clara. Estoy flipando.

—¡Es mi ruina! —se lamentó Clara, dejando el móvil sobre la mesa y se llevó las manos a la cara—. Todavía ni comencé a trabajar. ¡Y ya le estoy mandando berenjenas y gotitas!

Paula intentaba recuperar la compostura, aunque seguía soltando risitas intermitentes.

—Bueno, a ver, no es tan malo. Igual se lo toma con humor... o, yo qué sé, lo borra y finge que nunca pasó.

Clara levantó la cabeza y le dedicó una de sus peores miradas a Paula.

—¿Sabes lo que va a pensar? Que estoy como una regadera. O peor, que le estoy tirando los tejos.

En ese momento, el móvil vibró. Las tres se quedaron mirando la pantalla como si fuera una bomba a punto de explotar. Clara se acercó con cautela, tragando saliva, y vio que era un mensaje de Gonzalo.

—¿Qué pone? —preguntaron Paula y Martina al unísono, inclinándose sobre ella.

Clara abrió el mensaje con manos temblorosas y leyó en voz alta:

—Supongo que esto no estaba destinado a mí.

El silencio se rompió cuando Martina y Paula se tiraron al suelo, riéndose tanto que apenas podían respirar. Clara, roja como un tomate, dejó el móvil sobre la mesa y enterró la cara entre las manos.

—Es oficial. Tengo que renunciar mañana mismo.

—¡Qué va! —dijo Martina, secándose una lágrima de la risa—. ¡Si te lo ha puesto con humor! Igual hasta le has caído bien. Quién sabe, puede que esta berenjena rompa el hielo entre vosotros.

Paula alzó su copa con una sonrisa traviesa.

—Tía, aprovecha. Lo de Alex era una práctica, pero con el jefe... Eso es nivel avanzado —dijo Paula.

Clara las miró, atónita.

—Estáis borrachas. Bueno, más que borrachas, estáis mal de la cabeza.

—Quizá, pero por lo menos ahora tienes una anécdota divertida —dijo Martina, chocando su copa contra la de Paula.

—Espero que mi jefe no me mire como si fuera una descarada sin remedio.

El móvil volvió a vibrar. Clara lo miró de reojo, temerosa.

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