Capítulo 68. Las caricias con escoba
Desperté con la primera claridad del pasillo filtrándose por debajo de la puerta. No recordaba haber dormido bien, pero al menos el cuerpo no dolía tanto como la noche anterior. O no de la misma manera.
La enfermera entró para chequear la vía y cambiar el vendaje. Moví apenas el brazo para darle espacio.
—Te veo mejor —dijo, como si la frase viniera incluida en el protocolo.
Asentí sin ganas.
Cuando se fue, busqué el teléfono casi por inercia.
Nada de Ginevra. Ni un mensaje más después de ese Fue… un desastre.
Intenté no pensarlo demasiado. Sabía que, cuando las cosas con sus madres estallaban, ella se encerraba en un silencio que ni las bombas podían atravesar. No era personal. O eso intentaba repetirme.
La mañana pasó lenta entre controles, preguntas, médicos que hablaban entre ellos como si yo fuera parte del mobiliario. El dolor en las costillas subía y bajaba con su propio calendario.
A eso de las once, el doctor entró, revisó los monitores con la misma expresión neutra de siempr