Capítulo 64. Café y protocolos
La habitación se fue llenando de ese silencio que solo el café puede disimular.
Mi madre hablaba poco, pero miraba mucho.
Cada vez que Ginevra abría la boca, la seguía con los ojos como si intentara descifrar de qué planeta venía esa mujer que decía protocolo en lugar de me preocupa.
Ginevra, por su parte, fingía que todo era normal.
Revisaba unos correos en el teléfono, tomaba sorbos mínimos de café, y de vez en cuando me lanzaba una mirada fugaz, como si necesitara comprobar que seguía respirando.
La tregua duró unos veinte minutos.
Entonces sonó su teléfono. Miró la pantalla, frunció el ceño y se levantó sin decir palabra.
—Disculpen un momento —dijo finalmente, antes de salir al pasillo.
La puerta se cerró con un clic discreto.
Mi madre esperó unos segundos, hasta asegurarse de que ya no se escuchaba su voz afuera.
Y luego me miró con esa mezcla de curiosidad y advertencia que me conocía de memoria.
—¿Así que la señorita Ginevra? —repitió, con un tono demasiado neutro para ser ino