Capítulo 51. Doña madrugona
El amanecer me encontró en una cama que no era la mía, con una sensación extraña de calma que no me visitaba muy a menudo.
Y justo cuando empezaba a pensar que dormir al lado de Ginevra era una experiencia casi celestial, un ruido agudo me perforó el oído.
Piiiiiiiiii.
Me incorporé sobresaltado.
El sonido venía del velador.
Ginevra, todavía medio dormida, extendió una mano y apagó la alarma con la precisión de quien lo hace todos los días.
—¿Qué… qué hora es? —balbuceé, cubriéndome la cara con la almohada.
—Las cinco. —Su voz era tranquila, como si dijera “las nueve” o “las once”.
—¿De la tarde? —pregunté, esperanzado.
—De la mañana —respondió, sin un ápice de compasión.
Me giré hacia ella, incrédulo.
—No puede ser legal levantarse a esta hora.
—Acostúmbrate —dijo, sentándose y estirándose como si nada—. Madrugo siempre.
—¿Siempre? —murmuré, con los ojos entrecerrados—. ¿Incluso los fines de semana?
—Incluso los domingos.
—Eso roza el sadismo.
Ella rió apenas, una risa suave que se pe