Capítulo 50. Lo que vino después
Cuando la risa se apagó, quedó un silencio tibio.
De esos que no incomodan, pero te dejan consciente de cada respiración, de cada mirada que dura un segundo más de lo necesario.
Ginevra seguía sentada en el borde de la cama, las manos apoyadas en las rodillas, el cabello cayéndole sobre la cara. Se lo apartó con un gesto distraído, y solo entonces pareció recordar que yo seguía ahí, mirándola como un idiota fascinado.
—¿Qué? —preguntó, fingiendo molestia.
—Nada. —Sonreí—. Es que te queda bien eso de reírte.
—No empieces.
—Solo digo que deberías hacerlo más seguido.
Ella rodó los ojos, pero no se movió.
Por un momento pensé que iba a echarme, pero se limitó a suspirar, como si ya no le quedaran fuerzas para fingir distancia.
—Mi mami se fue hace un rato —dijo, en tono neutro.
—Lo imaginé. No escuché más voces.
—Dejó un postre en el refrigerador. Y una advertencia velada.
—¿Qué clase de advertencia?
—La de siempre. “Cuídate, Ginny. No trabajes tanto. No te encierres.” —Imitó su tono con