CLARA
El calor que sentía en su cuerpo me erizaba la piel. Sus ojos volvieron a posarse en mis labios, como debatiéndose entre correr el riesgo o no.
Y entonces preguntó, su voz apenas por encima de un susurro, un secreto:
—¿Puedo besarte?
Respiré hondo. Quería y no debía y probablemente era la peor decisión del mundo y…
—Eres consciente de que eso es lo que estábamos haciendo hace solo unos segundos, ¿cierto? —le pregunté con un tono divertido en mi voz. En cambio, en la suya, no había nada divertido, sino un crudo deseo disfrazado con un tono ronco.
—Sí, pero me besaste tú y necesito estar completamente seguro de que quieres que yo te bese.
Asentí con la cabeza, no fui capaz de articular las palabras.
Se inclinó sobre mí y apretó sus labios contra los míos. Luego nos separamos —solo un instante, una respiración agitada— y volvimos a juntar nuestras bocas.
Enrosqué los dedos en la parte delantera de su camisa de vestir y tiré de su corbata, que ya estaba floja.
Me agarró la c