Los preparativos comenzaron casi al instante, con una prisa que revelaba las verdaderas intenciones de Elian: no deseaba un evento fastuoso ni una ceremonia que deslumbrara por su ostentación. Le bastaba con lo esencial, con lo suficiente. Lo único que verdaderamente le importaba era que Nadia se convirtiera en su esposa cuanto antes. Aquella urgencia suya no admitía postergaciones ni distracciones; cualquier detalle que no estuviese directamente ligado a la consumación del matrimonio era prescindible.

La casa, sin embargo, pronto se vio envuelta en un inusual ajetreo. Sirvientes iban y venían, trasladando cajas, vestidos, telas claras, discretos adornos florales y velas. Aunque la celebración se realizaría allí mismo, en la residencia familiar, la ceremonia tendría lugar en la iglesia. La decoración era sencilla, con apenas lo necesario para cumplir con lo socialmente esperado. Nada de lujos desmedidos, nada que desviara la atención del propósito central: la unión entre Elian y Nadia