Tras el incidente con la botella de vino que se rompió en el suelo, la culpa había recaído totalmente sobre Nadia. Hazel no perdió tiempo en señalarla como responsable, y Jared no dudó en imponer un castigo severo para ella, además de haberse molestado porque Nadia fue a ver a su abuela sin comentárselo a nadie.
Durante tres días completos, a Nadia se le prohibió salir de la casa bajo ninguna circunstancia. Esa medida era un castigo duro, una forma clara de control y presión para que aprendiera a comportarse, o al menos a aparentar hacerlo.
La joven aceptó en silencio, sabiendo que no había forma de discutirlo, y que la única opción era esperar a que ese plazo terminara, aunque la sensación de encierro le pesara en el alma. Debido a esto, cualquier rastro de compasión o pena que pudiera sentir por alguno de ellos, se había desvanecido.
Pasaron los días lentamente. Nadia cumplía con las labores domésticas, sumida en pensamientos y en la incertidumbre, mientras sentía cómo la tensión den