Jared conducía como si el tiempo se le escurriera entre los dedos. Pasó los semáforos en rojo como quien ignora las señales de advertencia del destino. Bocinas le gritaron al paso, luces destellaron como amenazas, pero nada de eso logró hacerle bajar la velocidad. Solo había una idea retumbando en su mente: tenía que saber la verdad, no importaba el precio.
Finalmente, el coche se detuvo con un chirrido frente a la casa y Jared salió de inmediato.
—¡Nadia! ¡Nadia! ¿Dónde estás? —exclamó tras entrar a la residencia.
Desde el interior, la voz de Hazel le respondió, desconcertada y con cierta alarma.
—¿Qué son esos gritos, Jared?
—¡¿Dónde está Nadia?! —preguntó él con impaciencia.
—Creo que está en el patio... colgando la ropa.
Jared se dirigió hacia el patio con pasos precipitados y, cuando la vio —a Nadia, de espaldas, colgando prendas húmedas bajo el sol—, se detuvo. Repentinamente, cierta idea aterrizó en su cabeza.
Recordó el interior de la pequeña casa del jardín. Recordó a Rowan a