Nunca he estado en un lugar tan brillante, elegante y aterrador al mismo tiempo.
La gala benéfica de la empresa Blackwell & Tech está en pleno auge. Hombres con trajes de diseñador, mujeres con vestidos de alta costura, copas de champán y conversaciones llenas de negocios, números y ambición. Yo, con un vestido negro ajustado que apenas me deja respirar y tacones que amenazan con matarme, sonrío y finjo que pertenezco aquí. Pero sé que no. No pertenezco a este mundo. Ni a esta gente. Ni a este hombre. —¿Estás bien? —me pregunta Liam en voz baja, acercándose por detrás. Su mano roza mi espalda baja con una familiaridad peligrosa. Asiento sin mirarlo directamente. No puedo. No cuando lleva ese esmoquin negro perfectamente ajustado, con la corbata aflojada solo lo justo para que parezca menos inalcanzable y más… deseable. —Estoy bien. Solo un poco abrumada —respondo. Él me observa. Siempre lo hace. Como si pudiera leer mis pensamientos. Como si supiera que estoy luchando por mantenerme firme en esta mentira disfrazada de matrimonio. Entonces pasa. Una risa aguda corta el aire. Y aparece ella. Alta. Rubia. Con un vestido rojo que parece pintado sobre su cuerpo. Pómulos perfectos. Boca peligrosa. Y una mirada que va directo hacia Liam como si lo hubiera estado esperando. —Liam —dice, con esa voz melosa que me eriza la piel—. Vaya sorpresa encontrarte aquí. Él se tensa. Lo noto en sus hombros, en cómo su mandíbula se endurece. —Clara. Clara. Tiene nombre de huracán. —¿Y esta preciosura? —pregunta, mirándome con una sonrisa venenosa—. No sabía que ahora asistías con… ¿actrices? —Zoé —respondo, alzando la barbilla—. Zoé Blackwell. Su esposa. Su mirada se clava en mi anillo como si no pudiera creerlo. O como si le doliera. —Vaya, vaya… —dice—. ¿Casado? Qué rápido te cansaste de estar soltero. —A veces lo inesperado es lo que más vale la pena —responde Liam sin vacilar. Clara ríe. Esa risa de mujer que sabe que todavía tiene poder. Se acerca a él. Demasiado. Apoya una mano en su brazo. —Este lugar… solía ser nuestro —dice con nostalgia fingida—. ¿Recuerdas? Y ahí está. La punzada. El golpe seco de los celos. No porque me importe Liam… no debería importarme. Pero algo en la manera en que ella lo toca, lo mira, lo insinúa… me quema por dentro. Y actúo. Sin pensar, tomo su mano. Entrelazo nuestros dedos. Él me mira sorprendido. Pero no se aparta. —Lo siento, Clara. Este lugar ahora es nuestro —respondo, con una sonrisa que no me creo ni yo—. Y si me disculpas, tengo que robarme a mi esposo por un momento. La arrastro, literalmente, hacia un rincón más silencioso del salón. Mi corazón late como loco. No sé en qué momento me metí tan de lleno en esta farsa. —¿Estás bien? —pregunta él, bajando la voz. —¿Esa era tu ex? —Sí. —¿Y todavía la amas? Silencio. Una pausa pesada. Me doy cuenta de lo que acabo de decir. No tengo derecho a preguntar eso. No somos reales. —No —responde al fin—. No desde hace mucho. Clara nos observa desde el otro lado de la sala. Sonríe. Desafiante. —Está mirándonos —susurro. —Lo sé. —¿Y qué hacemos? Liam me sostiene la mirada. Hay algo en sus ojos. Furia contenida. Protección. ¿Deseo? —Esto —dice. Y entonces me besa. No en la mejilla. No por protocolo. En los labios. Con firmeza. Con intención. Con algo que no puedo nombrar. Su boca se apodera de la mía como si quisiera borrar a Clara, al contrato, al mundo entero. Me besa como si de verdad le perteneciera. Como si esto no fuera un trato, sino una historia que lleva años escrita en silencio. Cuando se separa, estoy sin aliento. —¿Eso fue parte del show? —pregunto, con voz baja. —¿Qué crees tú? No respondo. Porque si lo hago… admitiría que me gustó. Que lo sentí. Que por un segundo, olvidé que esto es solo una mentira perfecta. Pero Clara ya no sonríe. Y yo ya no sé qué estamos fingiendo… o qué es real.