La entrevista termina, pero el caos apenas comienza.
Los titulares se multiplican en cuestión de minutos. Las redes sociales arden. Las capturas, los gestos, las miradas… cada segundo del programa es analizado por extraños como si supieran lo que pasa en mi cabeza. Como si supieran lo que pasa en mi corazón.
Apenas cruzamos la puerta del penthouse, siento cómo me falta el aire.
Primero son mis manos: tiemblan. Luego el pecho: se contrae. Las paredes parecen moverse, cerrarse, como si quisieran tragarme entera.
No estoy bien.
Camino a ciegas por el pasillo. Necesito escapar de mí. De los titulares. De las dudas. De la voz de Clara retumbando en mi cabeza con su veneno.
No sé cómo, pero termino en la ducha. Abro el grifo y me dejo caer en el suelo frío, con la ropa aún puesta. El agua cae sobre mí como un torrente mudo, como si pudiera borrar la presión, el miedo… la verdad.
Estoy rota.
Y entonces, lo siento.
Unas manos.
Cálidas. Férreas. Reales.
Liam.
No dice nada. No pregunta.
Solo en