Todo comienza con un dolor agudo que me despierta a las tres y treinta y cinco de la madrugada. No es como los otros. Este es distinto. Profundo. Innegable. Inminente.
—Liam… —susurro, con una mano sobre mi vientre, que ya parece llevar el peso del universo entero—. Liam…
Él salta de la cama, aún medio dormido, con el cabello revuelto y los ojos alertas. Cuando me ve con la respiración entrecortada y lágrimas en los ojos, no hace falta que diga nada más.
—¿Ya? —pregunta, sin aliento, acercándose a mí de inmediato.
Asiento. Apenas puedo hablar.
Comienza el caos. El caos más hermoso, más temido, más esperado.
Camila aparece en la puerta con su pijama de ositos y el cabello enredado.
—¿Va a nacer la bebé? —pregunta con voz temblorosa, pero con los ojos encendidos.
Yo asiento, tratando de calmarla con una sonrisa. Liam ya está empacando las últimas cosas que faltaban de la maleta del hospital mientras busca las llaves del auto. Su voz es una mezcla entre nervios y control:
—Camila, amor,