Nicolás no dijo más. Permaneció en silencio, observando a la niña mientras jugaba, como si quisiera grabar cada detalle en su memoria.
Cuando se despidió, su expresión había cambiado. La frialdad habitual había dado paso a una especie de inquietud contenida.
—Volveré en unos días —dijo al salir—. Pero recuerde lo que le dije: ningún detalle.
Lía lo acompañó hasta la puerta.
—Gracias, señor Cancino. De verdad, gracias por hacer esto por nosotras.
Él se limitó a asentir.
—Solo quiero saber la verdad, Lía. Todos merecen saberla.
Subió a su automóvil y se alejó despacio. Pero mientras conducía, su mente no dejaba de girar en torno a una sola idea:
¿Y si Lucía… no era hija del padre de Lía, sino de alguien mucho más cercano?
Horas después, Nicolás dio una llamada.
—Doctor Herrera, necesito una prueba de ADN. Discreta, confidencial. Quiero resultados en cuanto antes.
—¿Y el motivo de la prueba? —preguntó la voz al otro lado.
—Solo… una sospecha —respondió Nicolás, mirando por la ventana