Nicolás Cancino esperaba a su hijo Jorge para hablarle sobre Rafael. Le explicó que el joven quería trabajar en la firma.
Jorge no vio ningún problema con la idea; sin embargo, su padre no estaba del todo de acuerdo. Aun así, por complacer a su hija Betty, Nicolás terminaba cediendo a cada uno de sus caprichos, incluso a este.
Mientras la pareja seguía recorriendo la firma, Jorge permanecia en silencio.
Nicolás, sin levantar la vista de los documentos, murmuró con voz baja pero firme:
—No me fío de los hombres que sonríen demasiado.
Jorge lo miró de reojo, sin responder. Sabía que su padre rara vez se equivocaba en sus juicios.
Ceida, esa tarde, había preparado una comida deliciosa. Estaba de buen humor y hasta se mostró amable con Lucía, su nieta. Lía se duchó y bajó a cenar, todavía pensativa. Su madre lo notó y, en un principio con tono curioso, le preguntó por qué estaba tan callada.
—Cosas del trabajo —respondió Lía con evasivas.
El gesto de Ceida se endureció de inmediato, t