Capítulo 31: Una Simple Aseadora.
Sin embargo, Rafael apenas podía concentrarse. En su mente seguía viéndose la escena del pasillo: Lía, los audífonos, su cintura moviéndose al ritmo de la música.
Era una imagen que lo perseguía, y mientras Betty hablaba sin parar, él se limitaba a asentir, deseando salir de allí.
A pocos metros, en el mismo pasillo donde todo había ocurrido, Lía intentaba recomponerse. Aún tenía el corazón acelerado. Se inclinó para recoger sus utensilios, respirando hondo para calmar el temblor de sus manos, cuando una voz grave, inconfundible, la detuvo.
—Así que eras tú… —dijo Jorge Cancino, acercándose con paso firme.
Lía levantó la vista y se encontró con su mirada. Él estaba igual que siempre: elegante, sereno, con ese magnetismo que siempre la desarmaba.
—Jorge… —susurró, sin saber si sonreír o huir.
Él sonrió, pero había reproche en sus ojos.
—Te he estado buscando. Te llamé varias veces y nunca respondes.
Ella bajó la mirada, incómoda.
—He estado ocupada —respondió con suavidad—. Ya sabe…