Melissa lo miró directamente, pero se quedó en silencio.
Habían hablado de cosas sencillas hasta ahora, pero la manera en que él la miraba no era nada sencilla. Era como si estuviera memorizando sus gestos, como si cada palabra suya lo tocara. Como si cada cosa, por muy mala que pudiera ser, en esa boca no sonara tan descabellada.
Como la que había dicho hace unos segundos, pero definitivamente, no la asustó.
¿La razón? No la tenía clara todavía.
Su mirada se quitó de él y luego escuchó que Bruno le indicó al chofer salir de allí.
Ella cerró los ojos con fuerza recordando el sabor de esa boca, y sintió un estremecimiento burdo en el cuerpo.
No era fácil despedirse de esto. Ella ya había tenido suficientes despedidas, pero las había hecho porque no eran su lugar. Sin embargo, Bruno…
Había una lucha dentro de ella. La cordura, la locura.
Entonces, ella levantó el rostro y miró a Bruno.
—Sé hacer un caldo de pollo exquisito —Bruno frunció el ceño.
—¿Caldo de pollo? —ella sonrió y asintió