Melissa bajó las escaleras del edificio con el corazón a punto de escaparse de su pecho. El vestido que Bruno le había enviado parecía hecho con sus pensamientos, con lo que ella nunca se atrevió a decir en voz alta sobre cómo quería sentirse: elegante, deseada, distinta.
El chofer la saludó con una cortesía casi militar y le abrió la puerta del auto negro. Ella se acomodó dentro, aspirando el aroma del interior que no podía negar que era de Bruno: cuero, madera y un perfume que parecía envolverla.
El trayecto fue silencioso, pero su cabeza no. Pensó en las palabras que él había usado… “Definiremos nuestros futuros”. ¿Desde cuándo alguien se jugaba un futuro con ella? ¿Desde cuándo alguien la miraba como si fuera capaz de cambiar el rumbo de su historia?
El auto se detuvo frente a un edificio de arquitectura clásica. Alguien la esperaba en la entrada: no Bruno, sino un hombre con un auricular, que le indicó que lo siguiera por un pasillo alfombrado. Subieron a un ascensor privado. Tod