Al regresar al auto y cerrar la puerta el silencio la golpeó, apoyo la frente en el volante, el aire aun llevaba consigo un rastro a jengibre picante, el aroma de aquel guardaespaldas mezclado con el miedo que había emanado de ella y de su hijo en el momento del accidente aún lo sentía pegado a su piel, como una advertencia que no podía ignorar.
– Calmate Luar… ya pasó – se susurró pero su aroma a fresas dulces seguía impregnado en el coche con una nota nerviosa, más ácida de lo habitual.
El día en la oficina fue un infierno, cada vez que miraba los papeles frente a ella los recuerdos del choque volvían.
Adriano se pudo percatar de que Luar se encontraba distraída y algo preocupada pero como siempre hacía no le pregunto nada y respeto su silencio, solo dejó una taza de café en su escritorio y le dedicó una sonrisa cálida, su aroma a pino fresco intentando darle calma.
Cuando el teléfono una vez más vibro de repente en su escritorio Luar casi salto, era Kim, no podía seguir ignorándolo