El despacho de Kim estaba envuelto en un silencio tenso, roto solo por el sonido del reloj de pared y el suave zumbido de la computadora encendida.
Kai se encontraba sentado frente a él, revisando algunos documentos de la empresa, mientras Kim firmaba sin demasiado interés, habían pasado varios minutos en relativa calma cuando el alfa de ojos negros dejó caer la pluma de golpe, llevándose la mano al pecho con un gesto tan rápido como involuntario.
Kai levantó la mirada de inmediato.
— ¿Kim? — preguntó con voz grave, observando cómo el rostro de su amigo perdía un matiz de color.
Kim respiró hondo, intentando recomponerse, su lobo interno rugía débilmente, como si quisiera salir y al mismo tiempo se viera arrastrado a un abismo de silencio, era una sensación insoportable, una desconexión que jamás había experimentado, el lazo invisible que lo unía a Luar ardía como un hilo que se desgarraba lentamente.
— No es nada — respondió Kim con sequedad, apoyándose contra el respaldo de su silla