No recordaba el momento exacto en el que dejé de tener voluntad. Quizás fue cuando subí a ese auto. Quizás fue cuando lo miré por primera vez. Leo Von Drachen.
Hoy sí lo tengo claro: nunca perdí mi voluntad. Nunca fui una prisionera. No con él.
Antes de Leo, no había nada. Solo un cascarón que obedecía, que existía sin rumbo, que apenas sobrevivía en manos de personas que jamás me vieron como algo más que una carga. Si Leo no hubiese llegado a mi vida... probablemente yo ya no existiría. Mis tíos lo habrían destruido todo. Como estaban a punto de hacerlo.
Pero él me vio. Me escuchó. Me eligió.
Sí, mató. Mintió. Ocultó.
Pero también me salvó. Me enseñó lo que era reír, lo que era el deseo, lo que era caminar con seguridad en una casa que también era mía. Lo que era despertar con alguien que velaba mis sueños.
Él siempre me dio la libertad. Siempre dijo que podía irme si eso quería. Hasta el día que aceptó el divorcio, hasta cuando supo que podía perderlo todo. Me lo dijo: haré lo que t