Todo el trayecto, traté de prepararme mentalmente para lo que venía. El coche avanzó por el sendero cubierto de nieve, deteniéndose frente a la gran puerta de la mansión.
El seguro de la puerta trasera se abrió. Respiré hondo, abrí la puerta y descendí. Apenas la cerré, el vehículo arrancó y se perdió colina abajo.
Quedé sola frente a la mansión de Adrik.
El silencio era absoluto. Ni una sombra humana. El blanco de la nieve recortaba los árboles desnudos y cubría cada rincón del jardín.
Avancé hasta la entrada. La puerta principal se abrió antes de que alzara la mano. En el umbral apareció una figura conocida: el asistente personal de Adrik. Traje impecable, rostro impenetrable. No pronunció palabra; un simple ademán con la mano bastó para ordenarme que lo siguiera.
Atravesamos los mismos pasillos, los cuadros carísimos, las esculturas minimalistas, las paredes limpias y sin historia. Todo en esta casa parecía estar diseñado para ser admirado, no vivido. La calefacción funcionaba, sí..