—¿Qué sientes, Vera? —murmuró, su voz grave resonando en mis entrañas. Intenté tragar, pero mi garganta estaba seca. El azul de sus ojos se había tornado más profundo. Como un océano oscuro en el que estaba cayendo. —¿Te gusto? —preguntó sin darme espacio a procesar lo que realmente estaba pasando. Hice un pequeño movimiento con mi cabeza. Ya no podía mentirle. —Sí —musité, apenas audible. Sonrió. Sonrió grande, una sonrisa preciosa mostrando sus dientes perfectos. Mi cuerpo temblaba. Su mirada se endureció. Bajó la vista a mi boca. Fue ahí que me di cuenta… Me estaba mordiendo el labio otra vez. —No te lo voy a advertir más, Vera —susurró, tan serio que sentí cómo se me derretía la espina dorsal. Acortó la distancia… y me besó. Su boca se fundió con la mía en una firmeza hipnótica, sabía exactamente cómo guiarme. Sus labios eran cálidos, suaves, expertos. No había titubeo en él, solo maestría y control. Me sobre estimulé al instante: su cercanía, su olor, su voz, su tacto...
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