El camino se extendía frente a mí, blanco y mudo bajo la nevada. La caravana avanzaba: dos coches a la delantera, dos detrás. Cada uno con hombres armados que conocían de memoria las órdenes del plan.
Mantenía la vista fija en la ventana, las luces del bosque apareciendo y desapareciendo. Apretaba el móvil en la mano, con el punto rojo que marcaba la ubicación de mi hijo aún activo. El brazalete no había fallado. Alaric seguía allí, en esa mansión.
La policía estaba al tanto, pero no intervendría. Moví los hilos con el comisario y le dejé claro que este asunto quedaba bajo mis manos. No confiaría en nadie más.
Adrik tenía un informante en mi propio círculo. No podía moverme de manera obvia. Por eso acepté el plan. Vera entraría primero. Sería el anzuelo. Yo llegaría después.
El riesgo es altísimo. Vera estaba allá adentro, atrapada en medio de un fuego cruzado que podía estallar en cualquier instant