De pie, como una estatua, enmarcado por la tenue luz del umbral. Sus ojos, fijos en mí, eran insondables.
Mi primer instinto fue retroceder. Mi espalda chocó con la encimera. El frío me recorrió la columna.
—Vera —mencionó él discreto, levantando una mano apenas—. Ven...
—¡No te acerques! —alcé las manos inquietas—. ¡No te atrevas a acercarte!
Él no se detuvo. Caminaba hacia mí lento, sus gestos eran deliberadamente suaves, su voz un intento de mediación.
—Por favor, escucha. Solo necesitas calmarte.
—¡¿Calmarme?! —grité—. ¡¿Cómo quieres que me calme después de esto?! ¡¿Qué demonios significa todo esto, Leo?! ¡¿Qué clase de persona eres?! ¡¿Qué eres?!
Mi voz rebotaba en las paredes blancas. Él intentó interrumpirme, quiso acercarse, pero no se lo permití.
—¡Tú sabías! ¡Fingiste! ¡Fingiste todo este tiempo! ¡Me hiciste creer que todo había sido una pesadilla! ¡Y sí fue real! ¡Tú lo mataste! ¡Tú le cortaste la cabeza a ese hombre!
Leo cerró los ojos y aspiró profundo, luchando p