Me puse en cuclillas para recoger el frasco.
—Nada... creo que simplemente andaba con la cabeza en otro lado —hice todo lo posible para sonar ligera—. ¿Ya terminaste con la pintura renacentista?
Leo se agachó conmigo, ayudó a recoger el reguero de crema esparcida, colocando el frasco sobre el tocador, comentó:
—Creo que la tendré lista para el viernes en la mañana.
—Eso suena bien —susurré.
Él fijó los ojos en los míos un momento más. Antes de depositar un beso sobre mi frente.
Se irguió con parsimonia. —Voy a darme una ducha.
Yo salí de la habitación, fui a ver a Alaric, pese a que ya lo había hecho antes. Simplemente quería calmarme.
Al volver, Leo estaba acostado, su torso descubierto y oliendo a gel de ducha.
—Ven a la cama —indicó en un ademán.
Obedecí. Ubiqué mi cuerpo entre las sábanas junto a él, dejando que su calor me cubriera. Cerré los ojos. Fingí dormir. Pero no pude pegar ojo en toda la noche.
Alaric lloró una vez, cerca de las tres de la madrugada. Me levant