—Tú debes ser Vera —se plantó frente a mí, escaneándome de arriba abajo, sin un gramo de pudor. Hablaba bajo, grave, su cortesía no cuadra con esta primera impresión tan invasiva—. Es un placer conocerte. Soy Adrik Von Drachen, el hermano mayor de mi querido Leo.
Levantó la mano, los dedos largos, cuidados al detalle, tendidos frente a mí. Apenas estiré los míos, todavía tratando de entender, la mano de Leo apareció de golpe. Atravesó el espacio y atrapó la de Adrik en un apretón seco.
—Suficiente —masculló Leo, apretando los dientes—. ¿Qué demonios haces aquí?
Adrik giró apenas la cara hacia él, la sonrisa aún intacta, ladeando el mentón, observando el efecto de su presencia.
—Vine a dejar esto.
Chasqueó los dedos. Nada más. Desde la entrada, un hombre que tal vez era su chofer o asistente apreció cargando una caja blanca, coronada con un lazo dorado. Se la entregó. Adrik la sostuvo en una sola mano, girándola entre los dedos, evaluando su peso simbólico.
—Un obsequio para mi fu