Mundo ficciónIniciar sesión~ Amalia ~
Daba vueltas al anillo con mis dedos, intentando descifrarlo, intentando encontrar algo que me haga saber a quién realmente le pertenece. La pelirroja enfrente de mí tenía muchas dudas que aún no tenían respuestas. Me encontraba en mi tocador, mirando mi reflejo en el espejo. — ¿Será un anillo de matrimonio? — Hablé para mí. No parecía un anillo de matrimonio, seguí observándolo, pasé así unos minutos hasta que sentí absurdo perder tanto tiempo en un anillo. Puse el anillo en mi dedo y moví mi mano, sonriendo en el espejo. — Es lindo, ¿No? Muy bien, basta de distracciones. Al quitármelo, observé unas letras levemente grabadas en el aro de este anillo. Por más que intentaba descifrar qué letras eran, era imposible. Rápidamente agarré mi teléfono, lo prendí para activar la linterna y poder ponérsela al anillo. Luego de unos minutos intentando agarrarle forma, las letras grabadas en el anillo eran... — ¿DM? — Pregunté para mí. DM... La M tiene que ser Moretti, pensé, pero, si es así ¿Qué significa la D? Abrí mi ordenador, si la M era de Moretti, la D tenía que ser el nombre de un heredero. Busqué en los archivos corporativos "Familia Moretti", "Herederos", "DM Moretti" La pantalla se iluminó con la respuesta que temía y esperaba, un nombre brilló, inconfundible y vinculado a la fama, Dante Moretti. Pero la información no se detenía en un nombre. Me encontré inundada de titulares de prensa deportiva, fotografías de estadios repletos y primeros planos de un hombre con los puños vendados. Dante Moretti: El Campeón Indiscutible. La Carrera Invicta del Peso Pesado. El hombre que había estado acechándome en el club no era solo un hombre de negocios sucio, era una celebridad, un deportista profesional que usaba su disciplina como la fachada perfecta. Él es un boxeador. Me levanté de mi tocador y caminé hasta la puerta de mi habitación, la adrenalina de la noche anterior se había transformado en una furia fría y controlada. El Boxeo... la pelea disfrazada de deporte, la estrategia perfecta para un. — Te atrapé, Moretti. Guardé el anillo en la caja donde tengo mis argollas y joyas. Voy a ver a mi padre al hospital, pero ahora lo hago con una certeza nueva, estoy bailando con el enemigo, con el hombre que busca la debilidad de su oponente para dar el golpe final. Salí de mi casa, en el camino resonaban las llaves de mi auto y sentía el sol calentando todo mi cuerpo poco a poco. Abrí la puerta de mi auto dando un vistazo al vecindario, siempre tan tranquilo y solitario. Me monté para comenzar a conducir. Recordé la primera vez que mi padre me enseñó a hacerlo, estaba tan nerviosa por chocar o hacer algo mal, pero él siempre estuvo ahí para mí, para recordarme que todo está bien y que puedo con todo. Su recuerdo no era una debilidad, sino la armadura que me protegía. Estacioné mi auto, abrí la puerta y me bajé. Comencé a caminar hasta la entrada del hospital, entré observando todo a mí al rededor una vez más, deseando que sea la última y mi padre pueda despertar. Entré a la habitación 23, la habitación de mi padre, estaba él en su camilla. Me acerqué y me senté en la silla a su lado. — Papá... La casa se siente vacía sin ti. — Tomé su mano. Su pecho subía y bajaba lentamente. — Dime si lo que estoy haciendo está bien ¿Debería parar? Al verlo sin poder decir nada, sin poder aconsejarme o darme un cálido abrazo reconfortante... Mi vista se nubló y una lágrima resbaló por mi mejilla. Escuché la puerta rechinar, miré rápidamente y vi entrar al doctor rubio que atendió a mi padre anteriormente. Llevé mi mano hasta mi rostro y limpié mi lágrima. — Señorita Barnes, no la vi entrar. — Cerró la puerta. — Hola, doctor. — Sonreí. — Lamento entrar así, necesito cambiar el suero del señor Barnes. — No, no... No se preocupe, es su trabajo. Él comenzó a hacer su trabajo mientras yo observaba atentamente, una vez terminó estaba acomodando todos los materiales. — ¿Cómo ha estado? — Su pregunta me asombró. — Bien, estoy bien. — ¿Cómo procesó la información del otro día? — Fue algo difícil de procesar, pero esperaré que mi padre despierte y me diga quién pudo haber sido. Claramente no le iba a comentar al doctor sobre lo que estoy haciendo. — Muy bien, esperemos su padre pueda despertar pronto. — Sí, eso espero, ya debo irme. Me levanté y caminé hasta la puerta de la habitación para salir del hospital. (Horas después) Conducía con tranquilidad por la carretera oscura, iba camino al club con el anillo de Dante en mi cartera. Sé que estará ahí. Los campeones y los depredadores no renuncian a una presa que se les escapó. Llegué al club y entré, observando a todas las personas en mi alrededor, no lo veía, y eso era inusual. Las pocas veces que lo vi se hacía notar. Estuve mucho tiempo en el club y no llegó, así que decidí salir por la entrada principal. Al salir, el viento de la fría noche recorrió mi cuerpo. Mi vista cayó a una camioneta negra, lujosa y enorme, estacionada discretamente. Había un hombre recostado al parecer fumando, con la chaqueta abierta. Al acercarme más reconocí esa figura robusta, de hombros anchos y mirada de cazador. Era Dante. — Nos encontramos una vez más. — Dijo sin dirigir su mirada a mí. Su voz era profunda y grave, resonando en el silencio relativo de la calle. — No me había dado cuenta que estabas ahí. — Mentí, ajustando la falda de mi atuendo. Él se giró, con una sonrisa que no llegaba a sus ojos, sino que se quedaba fija y afilada en sus labios. Pude ver el físico tallado del boxeador, cada músculo de su cuello tenso por la espera. — ¿Te gustó mucho mi anillo? Solo tenías que pedirlo. Me quedé helada por un segundo, pero me recuperé de inmediato. Lo sabía, lo había sabido desde que me fui de la sala VIP. — ¿Disculpa? Levantó su mano y señaló su dedo vacío donde estaba su anillo antes. — No tienes que fingir conmigo, no soy como piensas. — Si yo agarré tu anillo, ¿Qué tiene de malo? — Nada., quizás querías recordarme, es un privilegio que no le doy a cualquiera. Me reí, manteniendo la fachada de coqueta. — Quizás. ¿Puedo usarlo como excusa para verte de nuevo? Él se acercó a mí lentamente, el movimiento calculado de un boxeador que mide la distancia para el golpe, tuve que levantar mi mirada más para poder verlo a los ojos. — Podrías haberlo usado como excusa, sí. — Susurró, y su voz era más sombría de cerca, quizá algo peligrosa. — Es un secreto, quizás es una excusa, quizás solo nos encontramos por casualidad... — El problema, es que no creo en las casualidades, no existen para un hombre como yo, nunca lo han hecho. — Quizás soy yo la primera casualidad ¿No te parece? — Todo llega por una razón. ¿No sabes quién soy? — No te conozco ¿Por qué? ¿Debería hacerlo? — No, sé que no me conoces. No había más personas en nuestro alrededor, solo todos los carros estacionados al lado de su camioneta y nosotros siendo envueltos por el viento. La cercanía era abrumadora, el olor a su costoso perfume y el tabaco se mezclaban. Estaba cegada por nuestra pequeña conversación, no me había dado cuenta que estábamos tan cerca, así que retrocedí un paso. — ¿Por qué crees que sabes que no te conozco? — Porque si me conocieras, no te acercarías a mí. — Retrocedió, rompiendo la tensión, y me dejó con la piel erizada.






