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~ Amalia ~
— ¿Estás loca? — Solté una risa. — ¿Trabajas en un club nocturno ahora? — Sí, Amalia. Me encanta el peligro de ese lugar, van muchas personas peligrosas. — Apareció una sonrisa maliciosa en su rostro. Me encontraba charlando con mi amiga Mei mientras nos tomábamos un café en la ciudad de New York. Iba a protestar en cuanto sentí algo vibrar en mi cartera, alguien estaba llamándome, así que saqué mi teléfono. Hice una expresión de confusión al ver un número desconocido en la pantalla, contesté. — ¿Señorita Amalia Barnes? Hablamos desde el hospital. — Me alarmé. — Sí, si soy yo. ¿Qué sucede? — Necesitamos que venga urgentemente, su padre acaba de ser traído de emergencia. Oír las palabras "hospital" y "tu padre" juntas hizo que por un momento todo a mí alrededor se paralizara, lo único que escuchaba ahora eran zumbidos. La cara mi amiga que había escuchado la conversación, tenía ahora una clara expresión de preocupación. — ¿Qué? Mi... ¿Mi papá? — Calma, Amalia. — Intentó tranquilizarme. Sentía un remolino a mi alrededor que me atrapaba lentamente, la persona que más amo... Corre. Todo lo que salió de mi cabeza fue "Corre" dejé a Mei para correr hasta donde había estacionado mi auto, el camino no era largo, pero se sentía interminable. Llegué a mi auto y entré desesperadamente, intentando respirar profundo. Miles de escenarios pasando por mi mente. Prendí mi auto y arranqué a una velocidad alta hasta el hospital, mientras mi angustia crecía. Cerré con fuerza la puerta de mi auto, mis manos temblaban y mi frente sudaba, podía escuchar como los latidos acelerados de mi corazón se sincronizaban con el sonido de mis tacones al caminar. No sabía porqué, no sabía cómo. Pero mi padre estaba dentro del hospital en el que yo estaba a punto de entrar, sin saber cómo terminó ahí. Al entrar sentí el aire pesado y el olor metálico característico de los hospitales, caminé hasta la recepción. — ¿Apellido? — Preguntó la señora encargada de recepción. — Barnes. Movió un poco sus lentes observando mi rostro, notando mi impaciencia y mi angustia. — ¿Eres la hija del ejecutivo? — Sí... Si lo soy, dígame cómo está mi padre. — Tu padre está en la habitación 23. — Dijo con indiferencia. — Llegó hace unos minutos y se veía grabe, firma aquí. Firmé como representante de mi padre donde ella me indicó. Sin tiempo de agradecer me dirigí a la sala que me indicó, caminando rápidamente por los pasillos, observando todas las salas. Sala 23. Mi mano se posó en el pomo de la puerta, sintiendo el frío del metal. Abrí lentamente la puerta oyendo como rechinaba un poco por la lentitud que estaba usando, al observar el interior lo primero que noté fué a mi padre, al parecer inconsciente, acostado en la única camilla de la sala. — Papá... — Mi voz se quebró. Mi vista se nubló por las lágrimas, no pude contenerme al verlo en ese estado. Cerré la puerta, dando pasos largos llegué hasta donde estaba y me incliné un poco para quedar a su altura. — Oye, papá... Abre los ojos, ya estoy aquí... — Le hablé como si me escuchara. Tomé su mano, la cubrí intentando calentarla con mis propias manos. Su piel estaba áspera, fría, y el agudo sonido constante del monitor cardíaco era el único sonido que confirmaba que seguía vivo. — No me dejes... — Las lágrimas deslizaban fácilmente por mis mejillas. — Dijiste que no lo harías, dijiste que estarías siempre para mí... Mi madre murió hace unos años y él me prometió no dejarme tan jóven, sé que no es su decisión, pero no puedo perderlo a él. Escuché de nuevo como la puerta rechinaba lentamente. — ¿Amalia Barnes? — Una voz masculina resonó en la habitación. Levanté mi vista para ver a un hombre vestido con un uniforme blanco de enfermero, podía ser caracterizado fácilmente por su ondulado cabello rubio y sus ojos verdes que sorprendían. — Sí, soy yo. ¿Qué le pasó a mi padre? ¿Por qué está así? — Una sobredosis. — ¿Sobredosis? — Pregunté confundida. — Tu padre ingirió drogas muy fuertes, eso le causó una sobredosis. Solté su mano y me levanté firme, quedando frente a frente con el doctor. — ¿Drogas? Era imposible, mi padre era el ejecutivo más pulcro de New York. Él jamás probó drogas, conozco muy bien a mi padre, es un hombre tranquilo sin vicios. — Pero ese es el caso, señorita Amalia. Hemos identificado la droga como la famosa droga loto negro. — Sacó unos guantes de su bolsillo. — Su padre ha quedado en coma gracias a la sobredosis por ingerirlas. — M****a... Alguien... Alguien le dió esa droga, doctor. Le juro que el... — Me interrumpió. — Tu padre es un ejecutivo conocido en la ciudad, es posible que alguien haya atentado contra su vida. — Dijo mientras se colocaba cuidadosamente los guantes. — Pero como está en coma, no podemos saber realmente el porqué. — Yo estoy segura, Doctor. Hay que decirle a la policía que alguien atentó contra... — Me interrumpió. — ¿Policía? — Sonrió. Él sacó una inyección y precedió a inyectar el suero que iba a ponerle a mi padre. — Mi padre está en coma por un intento de asesinato, y usted ¿Quiere que no le diga a la policía? — Señorita Amalia. ¿Conoce la droga que su padre ingirió? Loto negro ¿No le suena? — La he escuchado, pero ¿Que pasa con esa droga? Al terminar de preparar el suero, se quitó los guantes. Sacó su teléfono para al parecer buscar algo, lo volteó y extendió su mano. — Parecen caramelos, pero son una droga. Famosa por su aspecto de caramelo con un envoltorio negro único. — Alejó el teléfono. No entiendo como esas drogas llegaron hasta mi padre, como su hija estoy muy segura de que él jamás se ha drogado, pero ¿Quién podría haber hecho esto? ¿Atentar contra la vida de mi padre? — Pero no entiendo ¿Por qué no puedo decirle a la policía? — No debería decirle esto, pero usted es la única familia de este paciente. — Acomodó cabello. — Está droga la fabrican pocos en esta ciudad, los más peligrosos. Su tranquilidad me inquietaba. — Nono... No me puedo quedar de brazos cruzados, ¿Si ellos vuelven a terminar con la vida de mi padre? — Son los Moretti, si toma cargos, la policía la culpará a usted, es imposible. Me sentía tan inútil al no saber nada de este tema, mi mente estaba nublada justo ahora, era imposible pensar bien. — Entendido, gracias, Doctor. El doctor despidió, caminando hasta la puerta y saliendo de la habitación. — ¿Quién pudo hacerte esto? Ya un poco más calmada, comencé a reflexionar sobre lo anterior que había mencionado el doctor, mi padre ha tenido contactos peligrosos por si algún momento necesita seguridad. ¿Fué traicionado? ¿Fué silenciado? ¿Hizo algo que no sé? El Doctor tenía razón, la policía no hará nada... Estaba sola y la única forma de encontrar al culpable era entrar en el mismo mundo, drogas, mafiosos... Una idea peligrosa y perfecta, llegó a mi cabeza. Tomé mi cartera para abrirla y sacar mi teléfono, marqué inmediatamente para hacer una llamada. — ¡Amalia! ¿Todo está... — Interrumpí a mi amiga. — Necesito que me consigas ya mismo trabajo en el club nocturno que me contaste. Sin decir otra una cosa más colgué, bajé lentamente mi teléfono. Voy a encontrarte y créeme, buscaré en cada rincón de la ciudad, hijo de puta.






