Kelly regresó a casa con las manos vacías y con el corazón lleno de desazón. No pudo hacer nada en el hospital, solo esperar a que algún alma caritativa ayudara a pagar el tratamiento de Allie, pues su amiga no aceptaría ninguna propuesta de recaudar dinero para ella. Estaba empecinada en no ser una carga para nadie, hasta ese grado de terquedad, poniendo en riesgo su vida. Y discutir para abrirle los ojos no resolvería nada. Ya habían tenido esa conversación con anterioridad y ella le rogó no insistir en hacerla cambiar de opinión, por el bien de su amistad y para respetar sus decisiones.
Al terminar de guardar su bolso y su uniforme de trabajo, vio a Maggie un poco triste y a su hermano recostado en el sillón con la manta encima. Creyó lo peor y corrió a tocar su frente antes de saludar a nadie.
—Creí que había recaído —dijo Kelly, llevándose una mano al pecho sintiéndose agitada—.
—No, cariño. Nada de eso. Estuvo usando el inhalador y tiene un poco de frío, pero está bien.
—¿Entonc