XXXXVIII B

Llegó a la dirección que Pietro —el jefe de seguridad— le había dado y aseguraba que allí trabajaba Kelly. Bajó, se colocó las gafas de sol y observó el entorno.

Un desgastado letrero le daba la bienvenida y una entrada tan anticuada jamás llamaría la atención de más clientes.

Miró su reloj: aún no era la hora de salida de ella; faltaba poco. Así que decidió sorprenderla esperando en una de las mesas más alejadas. Si le gustaba verlo allí o no, ya no era su problema.

Ingresó al establecimiento. El olor a comida frita y café inundó sus fosas nasales. Como la mayoría de las mesas estaban ocupadas, eligió la barra. Aunque el aspecto de aquellos muebles no se veía seguro, contuvo el impulso de poner una servilleta o un trapo sobre el asiento… pero no se vería de buena educación y pasó por alto esa nimiedad.

Pidió una taza de café para pasar el tiempo. La joven de turno lo miraba embelesada, al igual que las personas que concurrían allí, como pasaba con frecuencia. No le dio importancia. S
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