Kelly estacionó su viejo coche azul, herencia de su madre, aunque estaba desgastado y la pintura comenzaba a salirse, lo cuidaba como si fuera su propia vida. Dependía de él para cualquier viaje que tuviera que realizar y no podía permitir que se rompiera ninguna pieza. Se bajó, se acomodó el cabello y se dirigió a uno de los dos trabajos que poseía y, este, en particular, era el que no le gustaba. No obstante, le daba más dinero del que tanto necesitaba para pagar las cuentas y demás deudas que iba acumulando poco a poco sin poder hacer nada al respecto. No podía quejarse. Sabía que debía sentirse agradecida. Recordó la bendición que sintió haber sido elegida en ese puesto, aún cuando fue testigo de la larga fila de gente esperanzada para tomar el trabajo. Calmando un poco sus inquietudes, respiró hondo, se cuadró los hombros como quién se prepara para la guerra y se dirigió hacia la puerta trasera del supermercado. No era una labor extenuante y trabajar de lunes a jueves como re
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