Vittore prácticamente voló en su coche deportivo para llegar al hospital y ver con sus propios ojos la noticia de su padre fallecido. Y realmente lo estaba. Ya ninguna máquina, ni agujas ni manguerillas rodeaban su cuerpo amoratado. Estaba allí, acostado con el semblante relajado y en paz. Se veía muy diferente a su estilo de vida lleno de trabajo, viajes de negocios y placer. No tenía sus constantes ceños fruncidos ni sus gritos dando órdenes a todo el mundo e ignorando a los que lo necesitaban. Ahora permanecía quieto y dispuesto a escuchar eternamente. Estaba cubierto con una sábana blanca y frío, como siempre soñó verlo.
Sintió tantas emociones… pero una de ellas destacó más que ninguna otra: la alegría.
Observó largo rato la figura inerte y pensó con ira:
“¿Ahora sí estás dispuesto a escuchar, padre?
¿Ya no interrumpo tus asuntos mucho más importantes que mis preocupaciones y mis necesidades? Ya no puedes decir nada ni hacer nada, ¿no?. Ni siquiera patear una maldita pelota de tr