Habían pasado más de treinta días desde la fiesta. Y desde el día después de la festividad, Kelly no paró de buscar un empleo temporal o estable. Cada día que pasaba necesitaba con premura un puesto de trabajo para poder pagar y seguir sobreviviendo. Pero no halló a nadie que pudiera darle un espacio o que la aceptara.
Parecía que nadie ocupaba una ayudante. Parecía que nadie la veía capaz de mover un dedo. Parecía que todo el mundo consideraba o sospechaba que podría ser la amante de un hombre, o los más escandalosos pensaban que era amante de dos a la vez.
Como anteriormente había ocurrido, la excusa era que no querían manchar su negocio con mujeres que, supuestamente, se dedicaban al oficio más antiguo. Otros le habían puesto la condición de que pusiera gran parte de lo que había ganado con aquellos magnates como una muestra de “lealtad” entre empleado y empleador. Pensaban que tenía joyas o algún regalo de gran valor, viniendo de sus supuestos amantes multimillonarios, y aquello l