V

Una vez dentro de su apartamento Valentino fue directamente a la mesita de licores para sacarse el gusto rancio de whisky barato que había tomado en el bar.

Se acercó a una de las grandes ventanas para observar la ciudad que brillaba a sus pies en la noche, y a su mente vino el recuerdo de la pequeña figura de la mujer en las sombras con una de las risas más suaves que había oído. ¿Habría estado hablándole a algún novio cuando la “acechó” antes de ser descubierto? ¿Por qué le había dicho él que era una hermosa hechicera? Lo era, sí, pero era un pensamiento que no había querido decir en voz alta.

—Menudo imbécil — susurró molesto.

Sacudió la cabeza con fuerza para dispersar esa voz interna, pues estaba seguro que no la volvería a ver. Solo era una simple mujer…

—¡Carajo! — murmuró.

No debería ser tan complicado olvidar. ¡Había otras esperándolo! Y vendrían enseguida, sin tener que esforzarse, sin que necesitara ni en saber sus nombres. Solo chasquear los dedos y se arrodillarían a sus pies para darle placer o servirle un mísero café si así lo quisiera. Entonces, ¿por qué se molestó en preguntar su nombre?

Terminó su bebida de un trago. Se desvistió con enfado y entró a la ducha para quitar el calor de su cuerpo que esa mujer, con su voz de sirena, le había provocado.

Apoyó la cabeza contra los azulejos. Tomó su miembro que se negaba a descansar. Se preguntó si en verdad era tan débil. ¡Apenas la había visto! ¿De verdad lo iba a hacer pensando ella?

Resopló frustrado. Luego comenzó la tarea de borrar esa imagen de su mente. Movimientos rápidos, firmes, para apaciguar los instintos que se apoderaban de él.

Resoplos.

Jadeos.

Éxtasis.

Clímax…

Pulsó un botón y el agua tibia se volvió agua fría. Alfileres que golpeaban su cuerpo acalorado.

En esa noche estaría totalmente olvidada, aseguró.

Kelly se calzaba sus gastadas zapatillas mientras esperaba que su amiga se decidiera a soltar aquellas palabras que parecía tener atoradas en la garganta. Allie retorcía las manos y miraba hacia todos lados, inquieta. Estaba preocupada; eso era evidente. Kelly lo notaba por el modo en que resoplaba y giraba sin cesar el anillo de plata que llevaba en el dedo. Le daría unos minutos, pensó, mientras fingía demorar en cambiarse de ropa y guardar sus prendas en el bolso.

Ambas eran mujeres reservadas, cada una guardando con recelo su vida privada. Pero si alguna vez necesitaban apoyo sin juicios ni reproches, se buscaban y enfrentaban juntas los problemas. Habían llorado y reído a la par, compartiendo consuelo en medio de una vida que no había sido precisamente generosa con ellas.

Kelly no alcanzaba a comprender qué podía tener tan preocupada a su amiga. Sabía que pasaba por dificultades económicas, pero no entendía por qué se sometía a tanto orgullo cuando bien podría pedir ayuda a su padre biológico. Sin embargo, Allie era tan terca como él. No soportaba la idea de acudir al hombre que había abandonado a su madre cuando su esposa legítima casi los descubría. Aunque el rumor era conocido por muchos, nadie había confirmado nada, y las versiones inventadas por la gente solo habían empeorado la historia. Padre e hija preferían no cruzarse para no admitir lo obvio: se parecían demasiado, con el mismo cabello rojizo y los ojos color avellana.

Aun así, la esposa del hombre insistía en borrar todo rastro del “error del pasado”, como lo llamaba, tratando de hacer desaparecer a Allie. Pero los reporteros no dejaban que las brasas se apagasen, y de tanto en tanto reavivaban el escándalo, recordándole a la joven la realidad de su vida: la escasez, el abandono y la soledad. Allie jamás había podido perdonar que su padre ignorara los ruegos de su madre enferma de cáncer, dejándola morir en la miseria y a ella, con apenas quince años, al cuidado de una tía tan pobre como cariñosa.

—¿Y? ¿Vas a soltarlo de una vez o tengo que arrancártelo a la fuerza? —dijo Kelly con una media sonrisa.

Allie soltó una risa nerviosa.

—No hace falta, no quiero que esto termine como con aquellos dos tipos de la otra vez.

—¡Ni me lo recuerdes! —rió Kelly—. Anda, cuéntame. Sabes que puedes decirme lo que sea. Te ayudaré en todo… bueno, en todo menos si decides matar, aunque sí para enterrar. No quiero romper mis manos otra vez.

Ambas se rieron imaginando la absurda escena de ocultar un cuerpo bajo tierra.

—Vamos, dime —insistió Kelly, ahora más seria.

—Bueno… no sé cómo pedirte esto... —respondió Allie, cubriéndose la cara y evitando su mirada. Contó hasta tres y soltó la bomba—. Necesito que me reemplaces.

—¿Que te reemplace? —repitió Kelly, frunciendo el ceño sin entender.

—Sí —dijo Allie, sorprendida, esperando una negativa.

—¿¡Todo esto era para pedirme eso!? —gritó azorada—. ¡Casi me matas del susto! ¡Pensé que era algo grave!

—No lo entiendes —interrumpió Allie.

—¿Qué quieres decir?

—Necesito que me reemplaces en la fiesta de beneficencia. Yo, yo… no puedo ir.

—¿Cuál fies...? —Se detuvo al recordar la alegre noticia que le había contado no hace mucho tiempo— ¿La fiesta benéfica de la que me hablaste?

—Sí, esa misma.

—¿¡Qué!? ¡Pero es mañana!

—Lo sé —dijo Allie bajando la vista, consciente de lo poco que faltaba.

—¿Cómo se te ocurre...? No entiendo.

—Kelly, por favor. Te lo estoy rogando.

—¿Sabes lo que estás haciendo? ¡Esta podría ser tu gran oportunidad! ¡No puedes tirarla así nomás!

—No quisiera hacerlo, pero...

—Y, ¿entonces? ¿Por qué...? —Kelly comenzó a caminar de un lado a otro, el cambio drástico de decisión de su amiga y la ansiedad que comenzaba a sentir iba en aumento.

—Créeme que no lo haría si tuviera otra opción.

—Entonces, dime, ¿cuál es el problema que te aleja y vale tanto para desperdiciar esta oportunidad? ¡De verdad no entiendo!

—No puedo decírtelo.

—¿Qué hiciste, Allie? ¿Mataste a alguien o qué? Porque si no me lo explicas, no iré. ¡No pienso dejarte arruinar algo tan importante!

—No… no maté a nadie —respondió ella, cada vez más tensa.

—¿Estás embarazada o algo así? —disparó Kelly.

—¿Qué? ¡No! Bueno… no lo creo —balbuceó Allie, visiblemente incómoda.

—¡Estás embaraz...!

—¡No estoy embarazada!

—Entonces, ¿qué demonios pasa?

—¡Es que tengo síntomas de cáncer! —gritó, incapaz de contenerse más.

Kelly se llevó una mano a la boca, ahogando un grito. El silencio cayó como un golpe seco. Era como si el aire se hubiera vuelto denso, imposible de respirar. Allie… tan joven, tan llena de vida. No podía ser cierto. Debía tratarse de un error.

—¿Cómo y desde cuándo lo sabes? —preguntó al fin, con voz temblorosa.

—Me dijeron que podría ser el inicio de un cáncer de mama —explicó Allie—. Este mes empecé a hacerme estudios y mañana tengo uno muy importante que ya pagué. No....no puedo faltar.

—Hay más, dímelo.

»Hace más de un año que tengo mareos, dolores de cabeza y molestias en el pecho. Al principio pensé que eran cosas hormonales, pero se volvieron constantes. Una chica del trabajo me sugirió que me hiciera un examen, y cuando lo hice, encontraron dos "bultitos" sospechosos. Me recomendaron más estudios, pero el dinero se me acabó. Hasta que apareció el señor Locket, quien, gracias a una casualidad con mi primo Richard, me ofreció un contrato y me pagó por adelantado. Usé ese dinero para seguir con los estudios… y justo ayer me adelantaron la cita para mañana.

»Créeme, Kelly, quiero esa oportunidad, pero también quiero vivir. No quiero sufrir como mi madre. No quiero convertirme en una carga para nadie. Si puedo detener esto, lo haré. Prefiero posponer mis sueños antes que morir en medio de un escenario.

Se quedó en silencio unos segundos antes de agregar con una sonrisa triste:

—Si hay alguien en quien confíe para tomar mi lugar, eres tú. Siempre estuviste ahí, incluso cuando no te lo pedí. Así que te ruego que lo hagas, una vez más, por mí. Yo quiero cantar, sí, pero lo que más deseo es envejecer, cuidar plantas, tener un canario y tejer un suéter aburrido aunque solo tenga que vivir a pan y agua.

Kelly la miró con lágrimas contenidas.

—¿Por qué no me lo dijiste antes, Allie? ¿Por qué no pediste ayuda?

—No quería preocupar a nadie, y menos a ti. Bastante tienes ya.

—¡Ya estoy preocupada!

—No quería ser una carga ni parecer una causa de caridad. De verdad, no quiero.

—¡Tú jamás serías una carga, Allie! Si lo hubieras contado antes, habríamos buscado una forma, un tratamiento, métodos de pagos, lo que fuera…

—¿Con qué dinero, Kelly? —replicó entre sollozos—. Todo lo que tenía lo usé para estos estudios. Si me demandan por incumplir el contrato, estoy perdida. Tengo miedo, Kelly. Quiero vivir y quiero seguir cantando, pero tampoco quiero ser una carga...

Kelly la abrazó fuerte, sin palabras. El silencio se llenó de lágrimas y del temblor de los cuerpos intentando consolarse. No había consejo posible, solo el deseo de que el destino fuera más compasivo.

El sonido de un mensaje interrumpió aquel momento. Ambas rieron suavemente, tratando de espantar el peso del llanto, y se limpiaron los rostros manchados de maquillaje. Se desearon suerte con la esperanza de que, al día siguiente, el amanecer trajera algo mejor. Aún no sabían lo que el futuro les tenía preparado, pero estaban decididas a enfrentarlo juntas.

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