Mundo ficciónIniciar sesiónLos murmullos, el arrastre de las sillas, el tintineo de botellas y copas cesaron en un instante. Hasta los hombres que jugaban una partida de cartas se detuvieron para mirar hacia el escenario esperando que el himno musical empezara.
El dueño, apoyado en la barra, sonreía satisfecho y asentía con gran gusto al notar todos los pares de ojos unidos en un solo punto de interés. Había sido una buena inversión poner ese escenario, el viejo piano y unas bellas chicas para cantar. Y esa noche habría un buen fajo de dinero dentro de su cartera. Los destellos se apagaron dejando una única luz posando sobre un desgastado piano de madera oscura. Era la habitual señal del inicio del show. Todos estaban expectantes, dejando sorprendido al hombre que fue arrastrado allí contra su voluntad. El reflector recorrió lentamente el instrumento para luego pasar a una figura femenina vestida de seda azul. La tez de su piel contrastaba notablemente con la prenda oscura. Su cabello rubio oscuro mezclado con finos mechones de oro terminadas en ondas, presagiaban que podían bailar al son de la brisa y volverse un halo celestial bajo el resplandor de cualquier luz. Un delgadísimo collar plateado rodeaba su cuello de cisne y sus delicados dedos enseñaban prolijas uñas pintadas de un rosado tan claro como sus labios carnosos que se entreabrían intentando tomar aire para calmar posibles nervios sin percatarse de la sensualidad que emanaba esa imagen. Se hallaba cabizbaja. Concentrada. Con la mirada en las blancas teclas como si quisiera entablar una conexión invisible antes de deleitar al público. Se enderezó, inhaló aire y colocó sus dedos para dar comienzo a una dulce melodía que haría hechizar a todo el que escuchara. Aplausos. Una segunda luz descubrió a otra mujer que se hallaba sosteniendo un micrófono. Era tan hermosa como la primera, con la diferencia de poseer un cabello lacio color caoba, un vestido blanco centelleante y unos finos labios pintados del rojo más profundo. Sus ojos color avellanas parecían sonreír detrás del sensor electro acústico al recorrer el recinto con la mirada. Entonó una conocida canción de John Lennon que hizo levantar las palmas y silbidos de sus oyentes complacidos. Marcus sonrió complacido. Satisfecho. Otra hazaña en su haber y, lógicamente, más dinero para su cuenta. “Quizás podría jugar unos partidas de póker después de la función.”— consideró seriamente con los ánimos aflorando. Impresionar a su amigo y demostrarle su competencia en el trabajo encomendado era esencial para convertirse en alguien de renombre. Convencido de haberlo logrado, se enderezó en el asiento y miró a Valentino. —¿Qué te pareció, viejo? —Si buscas adulación, no soy el indicado. —Pero estás de acuerdo con lo que escuchan mis oídos, ¿no? ¿No tiene voz de sirena? —En tanto no le salga un gallo, no aparezca desnuda o intente ligar a uno de mis clientes o competidores, no pondré objeción a tu manía de buscar gente desconocida para mis fiestas— recriminó. —Todos merecen una oportunidad para triunfar… son tus palabras. —No voy a entrar en eso. —Pero canta como una sirena, ¿no? —Canta bien. No oí ningún gallo y espero que así se mantenga. No quiero sorpresas. —Cuando termine el show quiero que me acompañes. Tienes que conocerla. Es una buena chica, muy hermosa, levantará el ánimo de tus clientes; y tus competidores te envidiarán. —Marcus, espero que no sea lo que estoy pensando porque no tengo tiempo ni estoy de humor. —No, no, De Lucca, ¿cómo crees? —Si esto es uno de tus juegos como cupido... —No puedes negar que ninguna chica se te resiste— le aseguró con una sonrisa pícara. —Vate al carajo, Locket. —Ella sabe de tu llegada. Valentino soltó un suspiro de resignación. —Llegará el día en que… El sonido del piano capturó nuevamente la atención. Todos atentos. Expectantes a la nueva melodía; a las siguientes letras que entrarían por sus oídos y recorrerían las venas de aquellos visitantes. Como un hechizo. Como si todo el que entrara por aquellas puertas fuera solo para oír la voz de la sirena, como había dicho Marcus. Quizás no todos tendrían la posibilidad de hallar otro modo de entretenimiento o relajación, pensó Valentino. No podía culparlos. Él mismo podía sentir como si la sangre de sus venas comenzara a tomar un ritmo tranquilo y apacible, sus oídos parecían estar en almohadas de plumas con el delicioso ritmo de las teclas. Era sentirse como una hoja otoñal llevada a la deriva del viento, sentirse confiado en brazos cálidos… Sacudió la cabeza para sacarse esos pensamientos y levantó la cabeza cuando una diferente voz más suave y dulce entonó una nueva canción. Y allí la vio. “¿Qué demonios?”—pensó. En ese instante que ella giró para dirigirse al pequeño público. Levantó el tono dándole su propia voz a las conocidas letras. El raspado que le daba en algunos versos hacía que sonara aún más melancólico, como si la cantante fuera el ser más desdichado del mundo queriendo transmitir su dolor y, a la vez, su fuerza, en la expresión de su interpretación. Otra vez volvía a sentirse como la pluma de sus pensamientos. Sin proponérselo, comenzaba a sentir los afectos de su voz penetrando sus venas, su sangre, sus células. ¡Demonios! ¡Esto iba en contra de su voluntad! ¡Quería levantarse de un salto y mostrarle a su organizador quién era la verdadera sirena! ¿Por qué se sentía así? Aplausos estruendosos. Un pequeño público agradecido. Las mujeres se levantaron, caminaron hacia el frente, se despidieron y se retiraron. No podía detener la lucha interna. La tensión no hacía más que crecer. Se sentía aprisionado. Se levantó tan bruscamente que asusto a varios de los comensales. Tomó su saco, dejó un buen fajo de dinero y salió sin más. —¿Adónde vas? ¡Tenemos un compromiso! —En otro momento, Locket. Ahora no puedo. —Pero… —¡Inventa alguna excusa! Anonadado era la palabra perfecta para describir el sentimiento. Marcus lo vio salir con pasos rápidos; como si su trasero se estuviera prendiendo fuego. Quizás su casa estuviera ardiendo, pero eso era imposible y él no tenía talento de bombero. Algo había ocurrido y no sabía qué. De todas formas, no quedaría como tonto inventando una excusa para él. Dejaría un mensaje a la mujer. “Hola, muñeca. Esta noche no podemos pasar a saludarte y conocernos. Nos veremos en la fiesta. Estuviste fantástica. -Marcus” Valentino De Lucca una vez fuera del establecimiento, miró a su alrededor para dispersar su mente y aflojar las contracturas que tenía sobre sus anchos hombros. Se sentía abrumado y exhausto. Caminó unos metros para que la sangre circulara. Sin embargo, no pudo evitar oír una voz carcajear suavemente. Una curiosidad sin sentido lo llevó a buscar el origen de aquella risa y vio a la joven que había tocado el piano unos minutos antes. La observó largo tiempo. No obstante, las penumbras eran más fuertes que la luz tenue de la luna, pues no distinguía bien ni el color de su cabello, de sus ojos, de sus labios... Sin embargo, no podía olvidar su función en el escenario, su vestimenta, sus manos moviéndose rápidamente, su distinguible belleza desde lo lejos y la sensación de haberla visto… ¿o conocido? Aunque no podía verla claramente como desearía, era ella y su voz lo que, extrañamente, lo atraía. ¿Acaso Marcus tenía razón? ¿Era una sirena? Se sintió llevado hasta ese espacio viéndose como un patético acosador. ¿Hasta ahí había llegado? Trató de no hacer ruido con sus pasos, pero fracasó estrepitosamente al patear una lata que no vio. Ella se giró rápidamente, entrecerrando los ojos, buscándolo en la oscuridad… —¿Hola…? —fue el dudoso saludo de la mujer—. ¿Quién eres? —Nadie importante, signorina —respondió Valentino con voz grave. —¿Necesitas algo? —preguntó la mujer llevándose el teléfono al pecho al verse observada por un hombre muy alto cubierto de grandes sombras. —No. Te oí y creí que… necesitabas ayuda —quizás valía una pequeña mentira para no asustarla. —¡Ah! Estoy bien —dijo aliviada de no ver a un posible acosador. — Me gustó tu música —soltó sintiéndose patoso a último momento. —Eh… bueno… ¿gracias? —¿Cómo te llamas, dolcezza (cariño)? —Eh… Kelly. —Un gusto conocerte Kelly . —¿Se encuentra bien, señor…? —Sei ammaliante come una strega dei boschi e irresistibile come il frutto proibito che sogno di assaporare, anima mia. (Eres fascinante como una bruja de los bosques e irresistible como el fruto prohibido que sueño con saborear, alma mía). —¿Qué ha dicho? —cuestionó arrugando la frente, confundida. —Buenas noches, Kelly. Dando media vuelta se perdió en la oscuridad. Se dirigió a su deportivo que se hallaba en una esquina apartada. En tanto, Kelly , un poco aliviada y desconcertada, sacudió la cabeza y volvió al bar. ¡El universo le daba una señal! ¿No? Allie llevó su mano al pecho. La ansiedad amenazaba con detener su corazón acelerado. ¡Esto era obra milagrosa! Tal vez era la decisión correcta aunque perdiera la gran oportunidad de su vida. Mas tenía un problema apremiante, posiblemente de vida o muerte; y no quería arriesgarse a echarlo a perder por un poco de reconocimiento. La vida era más importante. A medida que la tranquilidad llegaba, agradeció no tener que balbucear intentando mentir. Con tantos nervios imaginó que vomitaría sobre los carísimos zapatos de su intimidante contratante y el organizador que habló en su nombre. Lo había visto desde el escenario. Aunque estaba algo oculto, pudo atisbar su amenazante vibra junto con su mirada pétrea y fija; todo lo contrario al otro hombre. No obstante, un mensaje de texto fue suficiente para dejar caer la pesada piedra de su espalda al suelo… ¡la reunión se había cancelado! No tendría que mentir en la cara de aquel hombre de brazos fuertes; ni esperar que apretara su cuello por no cumplir con lo estipulado. ¡Cielos! Mientras vestía el uniforme de mesera, pensaba en mil maneras de suplicar a Kelly que tomara su lugar. No podía presentarse y mucho menos quedarse en la ciudad por más tiempo que esa noche. No podía devolver el dinero adelantado a Marcus. No tenía el valor de contar a nadie su padecer ni sus problemas. Intentaría resolverlo por su cuenta… o eso esperaba con mucho fervor. El momento había llegado. Los minutos se agotaban. No había hallado la forma de liberarse sin otra manera que compartir su carga con alguien más. Debía confiar en Kelly, su amiga y confidente. Pero su orgullo por la independencia, le hacía odiar tener que pedir ayuda. Sabía que podía confiar en ella, aunque eso significara más responsabilidad para Kelly, se reprochaba por ello. Respiró hondo intentando serenarse. Iba abrir su corazón como nunca antes. Únicamente rogaba que los planetas se alinearan a favor de las dos…






