I

Corría desesperadamente con largas e interminables lágrimas que iban cayendo sobre sus pálidas y frías mejillas rojizas. La brisa fresca de ese espacio se volvió húmeda, granulosa y viciosa, como si el polvo hubiera tomado una forma invisible para desecar la garganta de cualquiera que se atreviera siquiera a tomar una bocanada de aquel aire impuro.

Sus manos estaban más rojas y pegajosas que nunca. La hacían sentir tan asqueada... Sus ojos se opacaban cada vez más, amenazando a no volver a ser los cristalinos que eran. Parecía que una maldición viviente estaba presurosa de poseer su vida con el afán de hacerla sentirse repulsiva y decadente. No había más que hacer. No había más opción que entregarse. Luchar no tendría sentido. La batalla estaba perdida.

Temblaba sin parar, como si entes la sacudieran con gran violencia, esperando que cayera de rodillas y reconociera su ineptitud en la tragedia y su patético accionar. En tanto, su alrededor se volvía turbio, lúgubre, delirante…

La desorientación y el pánico inundaban su inocente alma; y el grito de horror, quedaba atascado en su garganta apagada. Sus pulmones hiperventilaron y el shock no hizo más que acentuarse cuando, al levantar sus brazos, notó el oscuro y tibio líquido que se apoderaba lentamente de su cuerpo como un traje maligno que tomaba cada centímetro de su ser. Sus ropas quedaron tan manchadas y oscuras como la sensación de culpa y la noche que se hallaba sobre su cabeza.

Deformes sombras alargaban sus espantosas garras para tirar de sus claros cabellos pretendiendo arrastrarla a una mansión perdida en la desgracia y consumirla hasta un final de soledad, silencio y locura. Más allá, otras desfiguradas siluetas, devoraban con avidez el alma de su hermosa madre que yacía en el mugriento suelo con la miraba pérdida hacia la luz de las estrellas del eterno firmamento. Su cuerpo, con el pecho y el rostro sin forma humana, estaba tieso mientras la calidez de sus manos escapaba para dar paso al helado rigor… para siempre…

Su alrededor era un océano viscoso de sangre coagulada formando pequeños ríos, dejándola , a ella, como la criatura más desgraciada del mundo.

Sin saber qué hacer, a quién recurrir y con qué fuerzas enfrentar a los irregulares seres que se congregaban.

Mas una sombra muy robusta se veía a lo lejos con pasos pesados y lentos. Como si anunciara su llegada con triunfo presto a juzgar su cobarde interior y condenarla para siempre en la desdicha merecida. Sus ojos tan brillantes e indescriptibles dejaban ver la dureza de su juicio y el júbilo de impartir dicho castigo. La blancura de sus afilados dientes mostraba una sonrisa tan demoníaca como su amorfa mano huesuda que estiraba lentamente listo a tomar su horrorizado rostro y próximamente, su vida…

06:30 A.M

La alarma del radio reloj retumbó con fuerza por toda la habitación.

Kelly Mc Bride despertó sobresaltada y un grito ahogado quedó atascado en su garganta seca. Se quedó tiempo precioso mirando el techo y, más específicamente, la mediana mancha de humedad que crecía poco a poco con el paso de los meses. Tocó su rostro cubierto de cabellos revueltos y la neblina de un sueño con turbulencias que no deseaba recordar en esos momentos. Había pasado tiempo desde que tenía aquellas pesadillas. Esas horribles escenas que venían una y otra vez a su mente sin parar recordándole aquel trágico y fatídico día del que había querido olvidar. Haber estado presente en aquella desgracia, era algo que no le deseaba a ningún enemigo, si es que tenía alguno. Los temblores desesperados a veces recurrían su cuerpo cuando despertaba. Si bien los pudo controlar con el pasar del tiempo, eran inevitables. Sin embargo, aquel fue un día en el que su vida cambió para siempre partiendo en dos su corazón y el rumbo de su camino y sus sueños... Aunque ya habían pasado años de aquello, parecía que su espíritu se negaba a olvidarlo, o por lo menos a omitir los instantes más aterradores y el color de las mismas. El color, el mismísimo olor de la sangre líquida volviéndose seca y endurecerse alrededor de la piel, las formas irregulares de las figuras como almas perdidas o demonios hambrientos de llevar a la locura a un débil corazón. No obstante, aquellas visiones serían parte de su vida y ninguna terapia podría borrarlas de su mente salvo reducir el golpe de emoción traumático que ocasionaba cuando inesperadamente aparecían.

Se levantó con pereza. Bostezando a gusto, con la boca abierta, y estirándose con toda su longitud de un metro sesenta y cinco centímetros. Se quitó la enorme remera desgastada que hacía de ropa de dormir. Se dirigió al cuarto de baño, tomó una ducha a consciencia para despejar los feos recuerdos del sueño, se secó lentamente y cubrió su cuerpo con una amarilla toalla que fue regalo de su madre a sus quince años. Se cepilló los dientes y desenredó los nudos de su cabello que no se decidía si ser liso u ondulado, se contempló en el pequeño espejo del baño que se dividía en tres partes movibles… podría ser dos caras si volvía su rostro de un lado o del otro. Poseía una extraña condición congénita que hacía que tuviera dos colores de ojos: el ojo derecho verde claro y el izquierdo azul pálido.

Quizás una pequeña marca o un lunar y nadie la reconocería si solo la avistaba de costado y no de frente. Imaginó ser una pirata de mares, cambiar el parche de un ojo a otro todos los días y confundiendo a su propia tribulación solo por placer. ¡Qué absurda escena! ¿Quién rayos haría eso?

Sonrió de su propia imaginación. Se encaminó tan lentamente como un perezoso y se quedó mirando al vacío solo para despejar la mente en un intento de despertarse por completo, pensar sus deberes del día, posibles compras, la cena, el trabajo, el ensayo, el desayuno de esa mañana… tantas cosas que hacer en poco tiempo. El mundo a veces parecía tan apresurado que no tenía sentido. No tenía ganas de correr con ellos, sino poder hacerlo con sus propios pasos y tiempo. Pero no funcionaba así la vida real. No podía quedarse soñando a esas alturas.

Volvió a mirar el techo con la maldita verdosa mancha. Parecía irónico o la realidad se burlaba de sus pensamientos de libertad en esos momentos asegurándose que estuviera bien encadenada al eterno trabajo en busca del necesitado pago mensual. Debería empezar otro frasco de ahorros para mandar a arreglarlo o pronto tendrían que mudarse nuevamente para mejorar la salud y el ambiente. Si hay algo que se prometió cuando muy joven, era no volver a vivir en un lugar manchados de moho y humedad, y eso podría significar muchos gastos económicos y hasta la muerte. Otra muerte no ocurriría si podía evitarlo. Esta vez, ganaba la realidad de la razón, la lógica y la responsabilidad, pues en sus manos estaba una muy amada vida y corazón.

Sacudió la cabeza con un poco de pesadumbre dispersando los pensamientos de filosofía y anhelos de vida.

Miró el reloj de la pared: 0745 A.M, y… “¡Rayos! ¡Maldición, maldición, maldición! Es muy tarde.” – se recriminó.

Se ató el pelo en una cola de caballo, se vistió rápidamente con lo primero que encontró. Unos pantalones de mezclilla azules, una remera beige y zapatillas de lona blancas con unas pequeñas rosas que había pintado cuando se encontró aburrida en una ocasión. Vestimenta sencilla, lista.

Salió del cuarto aún con el cabello tan húmedo que caían gotas de las puntas y a pasos rápidos se acercó a la próxima habitación y golpeó con fuerza la amarronada puerta.

—¡Vamos, cariño, prepárate!

Un niño completamente ataviado con uniforme de colegio abrió lentamente la puerta, se cruzó de brazos y con el rostro demasiado crispado para un pequeño, dijo:

—Hace quince minutos que estoy listo. Tuve que hacerme el desayuno yo solo porque se apoderó de ti el espíritu de Aurora.

—¿Aurora? -preguntó Kelly, sin entender-.

—La princesa que se queda dormida -respondió haciendo una mueca. Se adelantó y salió con pasos furiosos para ir a la cocina a sentarse en una banca mirando directamente hacia una ventana que tenía vistas de la calle y sus edificios.

—Lo siento, cariño. Es que tuve un sueño muy malo y en el baño perdí la noción del tiempo y...

—Ya te dije que soy un hombre. No me digas ‘cariño’ ni aquí ni en frente de mis amigos, no soy tu ‘cariño’. Me dan vergüenza.

—Sé que estás enojado. Lo lamento, ¿sí? Me perdí en mis pensamientos. Tantas cosas hay en mi cabeza.

—En tu cabeza solo están el piano, la guitarra y los estúpidos papeles que llevas siempre para todos lados.

—Esos estúpidos papeles te dan un plato de comida todos los días y… lo siento, ¿puedes perdonarme? Quisiera ir al trabajo con el corazón contento.

El niño la miró entrecerrando los ojos midiendo la veracidad de sus palabras.

—Bien. Ahora, solo llévame.

—Eres demasiado arisco para ser un niño de tu edad, ¿sabes? Eso no es bueno. Parecerás un viejo arrugado, hediondo y cascarrabias en pocos años -dijo Kelly con una gran sonrisa amorosa en sus labios-. De todos modos, no puedes quitar mi amor por ti de mi corazón.

—Aaash...

El niño se bajó de la silla, fue hasta la puerta de salida del apartamento y se giró esperando que su adulto responsable, que todavía lo miraba con una enorme sonrisa, lo siguiera para llevarlo a la institución de estudio.

—Se hace tarde – apresuró -.

—Tienes mucha razón, pequeño. Ahora, vámonos.

—A veces pienso que eres una tonta.

—Yo también te quiero tanto, tus palabras de agradecimiento y devoción hacen temblar de emoción mi espíritu.

—Qué aburrida. Cállate.

La joven mujer soltó una carcajada y abrió la puerta.

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