Mundo ficciónIniciar sesiónKelly estacionó su viejo coche azul, herencia de su madre, aunque estaba desgastado y la pintura comenzaba a salirse, lo cuidaba como si fuera su propia vida. Dependía de él para cualquier viaje que tuviera que realizar y no podía permitir que se rompiera ninguna pieza.
Se bajó, se acomodó el cabello y se dirigió a uno de los dos trabajos que poseía y, este, en particular, era el que no le gustaba. No obstante, le daba más dinero del que tanto necesitaba para pagar las cuentas y demás deudas que iba acumulando poco a poco sin poder hacer nada al respecto. No podía quejarse. Sabía que debía sentirse agradecida. Recordó la bendición que sintió haber sido elegida en ese puesto, aún cuando fue testigo de la larga fila de gente esperanzada para tomar el trabajo. Calmando un poco sus inquietudes, respiró hondo, se cuadró los hombros como quién se prepara para la guerra y se dirigió hacia la puerta trasera del supermercado. No era una labor extenuante y trabajar de lunes a jueves como repositor de mercadería, a veces, era algo divertido, de no ser por… su cuerpo trepidaba de enfado de tan solo recordar el motivo del disgusto. Se cambió el atuendo en el vestuario femenino por un conjunto con el logo de la empresa, se colocó la credencial con su imagen desaliñada para nada favorecedora y se dispuso a comenzar la semana. Colocó en un grueso carro móvil cajas de alimentos no perecederos que debía situar en largos estantes. Empacó su máquina etiquetadora de precios, bolígrafos, la lista de los productos llegados, entre otras cosas. Se volvió a acomodar el cabello en una ajustada cola de caballo, se giró para tomar el carro lista para iniciar y, sin percatarse, chocó con el hombre que se había sitiado detrás suyo con las manos apoyadas en las caderas y una sonrisa que emanaba desconfianza. —¡Buenos días, Kelly! — saludó risueño el hombre afectado. —¡Oh, Coleman! Me has asustado. —“¡Buen día, Darius!” ¿Se te acabaron los modales, Mc Bride? —Tienes razón. Mis disculpas — ofreció la joven comenzando a sentirse crispada—. Buen día, señor Coleman. —Te dije que me llames Darius — le recordó en hombre sonriente—. No somos desconocidos, linda. ¿Cómo has estado este fin de semana? —Muy bien, gracias... ¿ y tú? —preguntó a regañadientes. —Muy bien, de hecho, he ganado buen dinero en el casino. ¡Soy un genio en el póker! Deberías verme. —¡Qué gran hazaña! ¡Hurra para ti! —festejó sin ánimos; esforzándose en ser amable. —Preferiría que me digas que sí a una cita, Kelly Mc Bride. —Tengo obligaciones y no tengo tiempo ni dinero para… —¡Pero acabo de ganar dinero para invitarte! Si eres buena amiga,— diciendo esto de acercaba lentamente—te puedo ayudar a pagar y… —Detente, ahí. ¿Estás tratando de comprarme? – cuestionó Kelly con los brazos cruzados con evidente disgusto. —¿No es el dinero tu problema? ¡Dinero es lo que buscan las mujeres! Yo puedo dártelo, querida. —¡Increíble! Preferiría… —Todo lo que prefieras, cariño, solo tienes que decirme que sí y verás lo bien que la pasas. —No, pero agradezco la oferta— cortó hastiada. —¡Tú te lo pierdes, linda! —Te he pedido que no me dijeras “linda” ni “querida”, me incomoda. Darius osó acercarse y tomar su mentón con una de sus manos. —Piérdete y… —vio que Darius enarcaba una ceja con una sonrisa socarrona invitándola a terminar la frase—. Apártate. — Te falta la palabra mágica, Kelly. No seas mal educada. ¿Tu madre te educó así? Lo miró con gran enojo. Se arrepentía del día que le confió el dolor que le causaba la pérdida de su madre. Él sabía lo importante que era para ella, además de su situación económica y que no se podía permitir renunciar o ser despedida. Él sabía que estaba en aprietos. Ser gerente y nada menos que el hijo del dueño del supermercado le daba potestad para hacer con los empleados lo que quisiera. Era caminar alrededor de la boca del lobo. Una situación tan penosa como estresante. Respiró hondo, se tragó el orgullo por el bien de un futuro mejor y la recompensa de cada fin de mes. —Darius, ¿puedes darme espacio para que yo pueda trabajar, por favor? — pidió con una falsa sonrisa que echaban chispas. El hombre se movió lentamente, dejando ver unos dientes delanteros torcidos sin dejar de pasear su mirada por toda la figura de Kelly sabiendo que a esta le incomodaba semejante contemplación descarada. —No olvides que yo mando en este lugar, querida. Apretando los labios en una fina línea, tomó aire y con fuerza empujó el carro para hacer su trabajo mientras se alejaba lo más que pudiera. De vez en cuando, miraba sobre su hombro para cerciorarse de que el joven gerente no la acosase nuevamente; primero con palabras suaves y luego dejando ver su verdadera esencia e intenciones lascivas con abuso de poder. Escenas que cada vez eran más recurrentes. El viernes de esa misma semana, Kelly se preparaba para su turno nocturno en el bar que trabajaba como músico-cantante y, cuando estaba libre, hacía de mesera para ganar dinero extra más las posibles propinas que algunos clientes bondadosos (o esperando algo a cambio) dejaban en su charola. Preparó en un mediano bolso dos mudas de ropa: un poco pasado de moda, pero un bonito vestido de cóctel azul de seda y encaje y el uniforme de mesera. Todo limpio, perfumado y planchado para su inmediato uso. Aquellos días eran los que más esperaba en toda la semana, pues ahí, podía ser ella misma con las suaves melodías que se proponía a tocar y las notas que se esforzaba en cantar para ella misma y todo público que la escuchara. Aunque apenas ganaba poco menos de la mitad que en su trabajo como repositor de supermercado, era su espacio de libertad para dejar fluir y descansar su alma cansada de obligaciones, el estrés de las deudas y la desazón de un corazón tan libre como solitario. Mas en esos momentos, la sensación de soledad estaba ganando terreno como una mala hierba en el buen sembradío. Quizás esa noche podría cambiar los ánimos, la energías negativas y sus pensamientos llenos de agobio, así como también olvidar las imágenes de aquella pesadilla que aparecía en sus noches de sueños profundos. Imágenes tan intactas como si estuviera allí en esos instantes reviviendo una y otra vez la tragedia con las siniestras siluetas en busca de almas. Por ello, las noches de trabajo en el bar eran momentos para respirar y despojarse de las amarguras de la semana y, ese día lo necesitaba con urgencia. Tener que ahogarse en sus protestas cerrando la boca luego de los acosos de Darius Coleman… su insistencia por invitarla a salir o pavonearse con una mirada sarcástica demostrándole que él poseía tanto el poder para emplearla y para despedirla como si fuera un mueble. Su nivel de cinismo era tan indignante como frustrante que solo esperaba con afán la hora de salida para subir a su coche sin mirar atrás. ¿Cuánto más tendría que aguantar? Podría largarse en cualquier momento. Podría poner una denuncia de acoso y renunciar gritándolo a los cuatro vientos, pero le costaría mucho hallar otro trabajo con “buena paga”. Era tan difícil y tan complicado como decir que podría terminar sus estudios del conservatorio que una vez inició y tuvo de abandonar. Recuerdos dolorosos que no necesitaba revivir para apesadumbrar más de lo que estaba su corazón. Guardó sus ropas, su perfume de rosas, algo de maquillaje suave, dinero y su teléfono móvil con una pequeña esquina astillada. Se miró una vez más en el espejo retocándose el brillo labial rosado. ¡Ya estaba lista y decentemente atractiva! O eso esperaba, después de rever si las ojeras del día anterior no se notaban. Aparentemente el corrector había hecho su magia y se obligó a regalarse una sonrisa y prepararse para esa noche. “¡Tu puedes, Kelly!”— pensó para sí misma. Fue a la sala de estar y encontró al niño que miraba unos dibujitos animados con el rostro aburrido y un pequeño cuenco con papas fritas a su lado. —Ya me tengo que ir a trabajar, enano. —Bueno. ¿Maggie va a venir, no? —Por supuesto. Ella no se perdería un capítulo de esa serie que me hablabas —respondió con una sonrisa triste por tener que dejarlo nuevamente al cuidado de otra persona en la noche. —¿A qué hora volverás? —A la hora de siempre si no ocurre ningún inconveniente, cariño. No te preocupes. —Bueno. — Respóndeme con la verdad y con una mano en el corazón, ¿cómo te sientes? —Pfff… —bufó poniendo los ojos en blanco—. Ya te dije que me siento bien. ¡Eres peor que esa enfermera que venía a cada hora! —Sabes que no lo hacía para fastidiarte. —¡Pero no me estoy muriendo…! Solo tengo un poco de asma. —Creo que decir “poco” no es la verdad de lo que ocurre. Debes tomarte esto en serio. —Solo quiero que no me traten como un bebé. Ya me estoy volviendo un hombre, ¿sabes? No necesito que me pongan baberos. —Yo te ponía baberos no hace muchos años y te gustaban. —Otra vez con esa historia — se quejó el niño con apenas sonrisa asomándose. Sonó el timbre. Kelly se apresuró a abrir la puerta y dar la bienvenida a la Maggie, la niñera de fin de semana que estaba siempre gustosa y sonriente por ayudar a esas dos almas solas en el mundo. Aunque pedía poco dinero por las horas que se quedaba, era dinero que había que ganarlos en el trabajo. La saludó, hablaron unos momentos a solas de los conocidos cuidados que debía tener con el niño y recordarle que podía llamarla si ocurría alguna urgencia. Maggie era confiable y bondadosa, pero Kelly no quería aprovecharse de sus servicios del que dependían hace varios años. Muchas veces la había ayudado sin pedir nada a cambio y esperaba retribuirle poco a poco todo el cariño que les daba. Sin embargo, no tenía dudas que disfrutaba acompañar al pequeño. La mujer asintió y la reconfortó para que se quedase tranquila. Kelly se acercó y le dio un beso en la frente al pequeño que se estaba quedando dormido en el sofá cubierto por una manta de su personaje favorito: zombies. Se colgó el bolso al hombro, se despidió de la gruesa mujer que la acompañaba hasta la puerta y salió sintiendo un poco de congoja que combinaba con la fresca brisa que corría… Los autos, las motocicletas, los peatones iban y venían tan ajetreados como si de ello dependieran sus vidas. El humo, los malos olores mezclados con diferentes perfumes, llenaban el espacio de aquella ciudad repleta de desconocidos con rostros sonrojados y algunas que otras miradas tanto brillantes como tristes. Respiró hondo y se encaminó hacia el destino de esa noche con la esperanza de poder purgar posibles demonios y hallar el descanso para su alma en las futuras letras y melodías que tocaría para su pequeño público. Soñar en algo más que tocar en un bar, era una visión que no se limitaba ni obstruía jamás. Aún era joven, fuerte y activa y la resignación no formaba parte. Pelearía hasta sangrar para lograrlo y llevar lo mejor a casa. ¿Quién sabe? Hasta soñaba con poder salir del destartalado departamento y estar en uno mejor ambientado. Todo era posible. No podía bajar los brazos. La vida era eso mismo: luchar por lo que uno desea para poder descansar en paz al final del día. Y así, reanimándose y con la esperanza brillando en el corazón, miró adelante y caminó…






