– Rebeca Miller
De pronto el teléfono de Viktor sonó; él sacó su teléfono y contestó.
—¿Alo? —la voz grave de Viktor interrumpió nuestro silencio en la barra. Escuché cómo bajaba el tono, casi como si no quisiera que yo entendiera del todo—. Sí, señor… no se preocupe, estaré allí en una hora.
Colgó la llamada y dejó el teléfono sobre la barra con un golpe suave. Sus ojos se encontraron con los míos.
—¿Me acompañas? —preguntó con naturalidad, como si fuera lo más lógico del mundo.
—¿A dónde vamos? —arqueé una ceja, un poco desconfiada.
—Voy a verme con un socio. Es alguien que se quedará a cargo del club. Te dije que lo quería vender, pero… —Se encogió de hombros—. Cambié de opinión. No pienso deshacerme de este lugar, pero sí dejarlo en manos de otra persona. Quiero enfocarme en otros asuntos.
Asentí sin pensarlo demasiado. Tomé mi bolso del respaldo de la silla y lo colgué de mi hombro. Nos dirigimos juntos hacia la salida. Afuera, el aire tenía ese olor a tarde nublada, con un liger