— Rebeca Miller
Terminamos de comer y el señor Ernesto se puso de pie con una sonrisa cordial.
—Fue un verdadero placer conocerla, señora Miller. —Me tomó la mano con suavidad y añadió—: Es usted una mujer muy hermosa. Ahora entiendo por qué Viktor no deja de hablar de usted.
No pude evitar sonreír.
—Gracias, señor Ernesto. El placer fue mío.
Él estrechó la mano de Viktor y se despidió, caminando con paso seguro hacia la salida. Yo lo seguí con la mirada hasta que desapareció por la puerta.
Viktor se reclinó en su asiento, aun con esa mirada penetrante que me incomodaba un poco.
—Y entonces… ¿Ya lo pensaste? —preguntó, con un tono entre serio y provocador.
Lo miré fingiendo no entender.
—¿Pensar qué, Viktor? —sonreí, aunque mi voz tembló levemente.
—Terminar con ese compromiso —replicó, sin apartar la vista de mí.
Solté una risa breve para aliviar la tensión.
—Tengo que pensarlo… No quiero lastimar a Julián. Sabes que él no se merece esto.
Viktor apoyó un codo en la mesa, ladeando la