No lo quiero creer.
Trago horrible. El sabor metálico de la rabia sube por mi garganta.
—Así que... ¿Mamá se casa? —repito, esta vez con un tono más grave, más contenido. Mis palabras van dirigidas a Rebeca, pero mi mirada también se clava en ese anillo como si pudiera borrarlo con la fuerza de mis pensamientos.
Julián, rápido para aprovechar el momento, toma la mano de Rebeca con una confianza que me resulta detestable.
—Así es —dice, mirándome directo, con una sonrisita triunfal—. Y estamos festejando nuestro compromiso en familia.
Recalca esas últimas palabras como si me estuviera marcando territorio, como si se colocara por encima de mí.
La miro a ella.
Rebeca se recompone. Endereza la espalda, levanta el mentón con esa elegancia innata suya. Siempre ha sabido cómo mantenerse firme incluso en medio de tormentas. Lleva un vestido sencillo pero impecable, su cabello recogido, su rostro maquillado apenas, pero suficiente como para acentuar esa belleza que me sigue desarmando aunque m